Judith Shklar que
nació en 1928 y murió en 1992 es una filósofa política estadounidense. Debería
ser más conocida su obra filosófica. Aunque su nacimiento fue en Letonia
desarrolló su labor profesoral y creadora en Norteamérica.
Fue pionera en el
acceso a la docencia universitaria con el grado de catedrática en el
Departamento de Ciencia Política de Harvard. En su libro El liberalismo del
miedo expone al igual que en otras obras sus ideas liberales y sus
planteamientos acerca de la sociedad, el gobierno, la injusticia social, y
otras muchas cuestiones relacionadas directamente con la búsqueda de una
sociedad igualitaria.
Su liberalismo busca
el menor mal. Especialmente para las capas sociales más desfavorecidas y para
los individuos en peor situación económica. Rechaza y critica los abusos de los
gobiernos respecto a la población civil. Frente a las situaciones de
vulnerabilidad considera que no vale quedarse de brazos cruzados.
El gobierno tiene que
reaccionar y garantizar los derechos económicos de todos. Se puede pensar que
afirma una actitud política parecida a la propia de la socialdemocracia. Debe
impedirse la marginación social y económica de las personas, ya que son condenables como es lógico.
Como también señala
Honneth comentando a Judith Shklar: «De forma totalmente contraria a Rawls
o a Arendt, la superioridad ética del liberalismo frente a otras nociones
políticas de orden, según Shklar, debe resultar única y exclusivamente de que, gracias a sus mecanismos institucionales,
sea capaz de evitar las peores
vulneraciones que en cada caso se podrían infligir históricamente al hombre». Se puede ser tolerante y humanitario y no ser liberal. Es,
por ejemplo, el caso de Montaigne, según Shklar. En un sentido riguroso y muy
preciso de lo que se entiende por liberal es coherente afirmarlo. No cabe duda
de que con Locke surge un liberalismo político claro que es la base de una
parte de la doctrina liberal del siglo XVIII. Es evidente que la crueldad es un mal absoluto y no se puede permitir ni
tolerar. Lo sostiene Judith Shklar con razones incontestables, a mi juicio.
Porque el desarrollo
personal no debe ser impedido por la injusticia social existente en el estado.
No extraña que afirme que: «Si se puede universalizar
la prohibición de la crueldad y
reconocerla como condición necesaria para la dignidad de las personas, entonces
se puede convertir en un principio de moral política». Y el sistema judicial tiene que estar abierto a
recursos para que sean garantizados los
derechos de los individuos y de los colectivos de personas.
Como conclusión está
claro que es posible una interpretación que afirma la justificación de la
defensa del estado del bienestar. Esto no es contradictorio con el liberalismo
de Shklar que no es el capitalismo neoliberal salvaje que impera o domina en el
siglo XXI.
En el fondo, tanto el
socialismo como el liberalismo bien entendido buscan el mantenimiento del
cumplimiento efectivo de una calidad de vida adecuada para todos los
ciudadanos, por el hecho de haber nacido y estar vivos.
De lo que se trata es
de encontrar fórmulas que propicien la consecución de una vida digna con unos bienes materiales
que la garanticen. Y existen. Desde la renta mínima vital para los que la
necesiten hasta la subida de algunos impuestos a las rentas más altas y a
grandes empresas y bancos con desorbitantes ganancias anuales. Y no son
utopías, pero es necesaria la voluntad política para llevarlas a la práctica.
Con simples especulaciones de gabinete político no se consigue.
La crueldad que existe
en las zonas de guerra y de pobreza extrema debe ser eliminada de modo radical. Los medios pueden
ser muy diversos. No es algo imposible de conseguir.
Los líderes políticos de los países conscientemente
pueden buscar formas de reducir las grandes desigualdades económicas
existentes. La movilización social de los propios ciudadanos también es
decisiva porque pude ser vista en los
medios de comunicación masiva. La libertad es un valor ético esencial. Y no se
puede ejercitar adecuadamente en un contexto de pobreza, explotación laboral y
marginación.
Los grandes pensadores
políticos generalmente han sido conscientes de las contradicciones sociales y
económicas y han querido ponerles remedio o solución. Judith Shklar no ha sido
insensible al sufrimiento moral de las personas, todo lo contrario.
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