Los científicos están creando esferoides
de un milímetro de radio con un millón de neuronas. Es un paso gigantesco en la
investigación de la generación artificial de pequeñas partes del cerebro a
partir de células madre derivadas de la piel. Es portentoso que en una placa de
cultivo de un laboratorio o de varios se esté consiguiendo la creación o
producción, de modo minucioso y paulatino, de las seis capas características de
la corteza cerebral humana.
Por supuesto, la neurociencia está en
una fase inicial y, tal vez, algún día se puedan crear cerebros, pero esto
mismo plantea retos éticos de primer orden. Se puede poner en duda o pensar que
no es legítimo permitir que este tipo de investigaciones sean llevadas a cabo.
Si es con la finalidad de curar
enfermedades relacionadas con el cerebro puede considerarse que está bien
cualquier averiguación que se realice acerca de la formación del cerebro y de
sus funciones.
Los esfuerzos de los científicos de las
universidades de Stanford y Harvard van dedicados a poder entender de modo más
profundo y efectivo el desarrollo normal
del córtex prefrontal humano y los fundamentos de las enfermedades mentales.
Como es sabido en la corteza cerebral se
producen los razonamientos y los pensamientos, en definitiva, los elevados
procesos cognitivos humanos. Y la interacción entre neuronas activadoras e
inhibidoras también se está analizando en esta investigación por parte de los neurocientíficos. Si hace posible un mejor conocimiento de las
causas de la esquizofrenia, por ejemplo, eso mismo hará posible mejoras en los
tratamientos u otros avances.
Ya se ha logrado, algo que parece
increíble, que se formen circuitos con las neuronas y se manden señales al
igual que sucede en el feto durante la segunda mitad del embarazo. Parece como
si los expertos en neurociencia se estuvieran convirtiendo en dioses que crean
el órgano más complejo o la sede del pensamiento y los sentimientos y
emociones.
También es cierto que la progresión en
este tipo de investigaciones es muy lenta y compleja y requiere probablemente
decenios, pero nos sitúa ante un futuro
que tiene que ser regulado por una legislación que se ocupe de la
dignidad humana y de la identidad personal como un derecho fundamental.
Da la impresión de que se están
empezando a borrar, de alguna forma, las diferencias entre lo natural y lo
artificial. Y no únicamente en este caso concreto que estoy comentando, también
en otros aspectos de la realidad que estamos viviendo.
Los límites éticos deben estar muy
claramente especificados y establecidos. También si se piensa en la clonación
terapéutica, en los implantes artificiales y en los órganos creados con
impresión digital en 3D.
La clonación completa de personas ya es
posible técnicamente, pero no está
permitida legalmente y se entiende perfectamente la razón. Puesto que va en
contra de los principios éticos más básicos. Además, los seres clonados
tendrían menos esperanza de vida y más enfermedades.
Y la tecnología también está cambiando
la forma de vivir de modo tremendo. La
realidad virtual y la aumentada pueden ser muy útiles si son bien empleadas,
pero mal usadas son negativas.
En una película recientemente estrenada
titulada El círculo quedan muy bien expresados y caracterizados los efectos perversos
del exceso de control de las cámaras sobre las vidas de las personas, ya que,
en el fondo, pueden suprimir la privacidad que es un derecho irrenunciable de
las personas.
El Big Data ya está proporcionando
muchísima información, de cada uno de los habitantes del planeta con acceso a
Internet, a numerosas empresas que la utilizan en su beneficio, sin el
consentimiento explícito de los ciudadanos.
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