Los pensamientos son realmente impulsos
eléctricos y somos dueños de los mismos. El uso de implantes en el cerebro para
mejorar ciertas capacidades puede ser positivo y deseable. Pero también es
necesario marcar ciertos límites éticos. Los electrodos dentro del cerebro
pueden ser beneficiosos en determinados casos. Contra la epilepsia o para el
Parkinson o el Alzheimer la tecnología puede ser muy indicada y producir
resultados a corto plazo. Por ejemplo, que un tetrapléjico coma solo con una
prótesis conectada a su cerebro también me parece un gran avance médico.
La neuroprótesis puede ser la solución
en ciertos pacientes. Puesto que un ordenador decodifica la información desde unos
electrodos puestos a la persona en su cerebro enviando señales eléctricas
logrando que sus músculos se muevan siguiendo el movimiento pensado.
Conectar el cerebro con las computadoras
o la inteligencia artificial puede pensarse que es positivo y productivo y
lleva a desarrollos cuestionables y muy discutibles por sus efectos. Descargar
pensamientos desde los cerebros de sujetos a ordenadores, si en unos años o
décadas fuera posible, plantearía
serios problemas éticos.
La ciencia tiene mucho que decir al
respecto. Especialmente para asegurar que los nuevos descubrimientos en
neurociencia y en la nueva tecnología aplicable al cerebro deben ser analizados con extraordinaria
precisión y minuciosidad para evitar
usos perversos y perjudiciales. Ya que la libertad está por encima o posee un
valor muy superior a la de ser en el futuro una especie de ciborgs andantes.
Considero que instalar, de forma permanente, pequeños
electrodos dentro del cerebro para lograr una estimulación cerebral profunda es
excesivo y contraproducente, porque convertiría a las personas en seres
artificiales y condicionaría las conductas y
la propia identidad de cada sujeto y también su espontaneidad y
originalidad ante la realidad.
Y es que la potenciación cognitiva
también se puede lograr con la lectura, la escritura, la resolución de problemas, etc., que son
procedimientos clásicos y que dan muy buenos resultados sin ser invasivos. No
conviene jugar con el cerebro, porque las consecuencias pueden ser nefastas.
Estamos instalados en un presente
tecnológico que avanza a un ritmo muy veloz y esto no es lo mejor en algunos
aspectos. Parece que se está diluyendo la distinción entre la realidad
presencial y la virtual.
La realidad aumentada y los dispositivos
de realidad virtual son cada vez más usados por numerosas personas. Si a esto
se unen los videojuegos y los simuladores parece que la distinción entre lo
real y lo irreal está desapareciendo en parte. Se está poniendo en marcha un
nuevo mundo virtual que funciona en paralelo al real y presencial.
Y, si una de las actitudes que promocionan
los medios de comunicación de masas, especialmente las cadenas de televisión,
es el disfrute de nuevas experiencias placenteras y apasionantes se puede
considerar que lo mejor es vivirlas de forma real y no de un modo
exclusivamente virtual.
Existe un cierto riesgo de que vayamos
hacia una realidad en la que cada vez tenga más presencia lo artificial y se
viva más en entornos virtuales durante mucho más tiempo. Y esto no creo que sea
lo más deseable.
Si los pensamientos que son lo más característico
de los seres humanos resulta que en el futuro pueden ser traspasados a través
de electrodos especiales a ordenadores esto plantea interrogantes decisivos.
Transferir la conciencia e identidad después de morir a un ordenador, si se
pudiera en unos decenios, no parece lo más adecuado. Porque se crearía un tipo
de avatares que podrían pensar con patrones de pensamiento similares a los de
los cerebros de los sujetos fallecidos. Pero no serían realmente los propios
seres humanos que intentan simular en sus expresiones.
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