Fue un filósofo, escritor e historiador muy influyente en su tiempo.
Es uno de los grandes pensadores de la Ilustración. Sus reflexiones
críticas se expresan en sus obras de un modo brillante y están escritas en un
lenguaje que no es ampuloso o grandilocuente. La claridad expositiva es una de
sus principales virtudes.
Voltaire confía en la fuerza o el poder de la razón humana y también pone
de relieve el gran valor de la ciencia y del saber libre de dogmatismo y
fanatismo. Aunque falleció en 1778 en
París se puede afirmar que nada humano le fue ajeno. Se ocupó en sus escritos
de cuestiones sociales, políticas, religiosas, éticas, ontológicas y
epistemológicas.
En su libro Cartas filosóficas de 1734 Voltaire difunde sus ideas
políticas insistiendo en la necesidad de la tolerancia religiosa y la libertad
de culto. También manifiesta que la libertad ideológica es absolutamente
necesaria en toda sociedad para los individuos o ciudadanos. En este sentido,
es evidente que le influyó la permisividad inglesa en los años en que vivió en
Londres.
Considera que el fanatismo religioso es causado por el cristianismo
existente en su época. En efecto, en el
siglo XVIII, todavía existía un cierto oscurantismo que progresivamente fue
desapareciendo o disminuyendo.
El filósofo francés está plenamente convencido de que existe una especie
de sentimiento universal e innato de la justicia. Y queda reflejado en las
propias leyes que son la expresión de lo
justo en la convivencia social.
El interés individual, según Voltaire, se preserva por medio del pacto
social. Es una forma de contractualismo que es racional, ya que pretende
garantizar los derechos de todos.
Para Voltaire es coherente pensar en la necesidad de una convivencia armoniosa
entre los hombres y esto se logra aplicando los principios de la moral y del sentido común. Algo que no difiere mucho
de lo planteado por Descartes con las máximas de su moral provisional.
Las ciencias,
la técnica y las artes son lo que mejora las condiciones de vida de las
personas. Es optimista en relación con las posibilidades que ofrece el progreso de la ciencia. En lo relativo al arte está claro que hace,
en su opinión, la vida más bella y agradable.
No cree, acertadamente, en la intervención divina en los asuntos humanos.
Por tanto, se le puede considerar deísta. Niega la posibilidad de una
justificación racional del providencialismo en su cuento filosófico titulado
Cándido o el optimismo de 1759.
El terrible terremoto de Lisboa que se produjo unos años antes parece que
le daba la razón también. Era una crítica furibunda a la bondad divina y al
mejor de los mundos posibles de Leibniz. El problema del mal ha dado ocasión a
interminables polémicas y Voltaire se ocupa a fondo del mismo con su habitual
profundidad e ironía.
A mi juicio, lo que nos enseña Voltaire es la valentía a la hora de
exponer sus ideas y críticas. La
irracionalidad, los absurdos, las incoherencias de la existencia son parte del
material que somete a análisis y revisión desde su fina perspectiva pensante y
reflexiva.
Si a esto se añade su gran conocimiento de la naturaleza humana y de la
sociedad se entiende que haya sido capaz
de crear una producción filosófica de primera línea y que sea uno de los
referentes esenciales del pensamiento del siglo XVIII.
Su potencia explicativa y curiosidad universal son un ejemplo
extraordinario también para los
lectores, pensadores y escritores del siglo XXI. Muchos de los problemas
humanos, políticos, sociales, morales y antropológicos que el desarrolló y
analizó en sus obras siguen siendo tratados, en otro contexto social y
político, en la actualidad. Pero el afán crítico es similar al de Voltaire.
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