jueves, 25 de junio de 2020

CIELO, PARAÍSO O NADA




El Cielo es un concepto presente en varias religiones. Supuestamente está habitado por ángeles, dioses o héroes. Se cree que es un lugar de felicidad eterna. Parece que desde el zoroastrismo llegó al judaísmo y posteriormente al cristianismo. Es una especie de paraíso al lado de Dios. Y es un espacio de gozo y alegría sin fin.
Existen a lo largo de la historia diversos planteamientos acerca del paraíso. El que parece más plausible es el que indica que es un lugar espiritual y, por tanto, inmaterial. De todas maneras, también es cierto que a lo largo de los siglos ha sido objeto de controversia. Se cree que el alma de Jesús fue al Paraíso después de su muerte en la cruz  y que era un lugar diferente al del Padre Dios en el cielo  después de su ascensión a  los cielos.
En cualquier caso, es evidente que para Dante que estaba formado en la Escolástica de su tiempo el Paraíso es un mundo inmaterial y etéreo, dividido en nueve cielos en su Divina Comedia. El gran escritor y pensador florentino tiene presente en su inteligencia el Itinerario de la mente en Dios de San Buenaventura que buscaba platónicamente tres grados de aprendizaje. Primero, el Extra nos que expresa el conocimiento sensible en la teoría platónica, a continuación el  Intra nos  que corresponde  a la visión  y al final del proceso el Supra nos que es, en realidad, la experiencia del Empíreo o del conocimiento intelectual. Desde su concepción literaria y conceptual la morada de Dios no es un  espacio físico  y es una realidad empírea. Al llegar Dante a la presencia de Dios  se ve envuelto por la luz y lo puede ver.
La relación del Cielo con la muerte es evidente y clara.  Ante la realidad de la muerte que nos alcanzará a todos, sin excepción, cabe preguntarse qué nos espera después de la partida de este mundo material. Y las respuestas posibles se concentran en dos alternativas generales. O bien no existe nada después del fallecimiento o existe otra vida en el más allá.
Desde los análisis de la ciencia está claro que no existe funcionamiento cerebral con encefalograma plano. Y los 70.000 pensamientos que tenemos al día son la expresión de la actividad electroquímica del encéfalo. La experimentación médica, biológica y bioquímica reafirma que la nada es lo que nos espera después de nuestro paso por la realidad material. Es la muestra evidente de que el materialismo filosófico tiene razón.
De todas formas, es indudable que las creencias son libres y pueden ser muy beneficiosas para infinidad de personas en su tránsito a la deseada vida supraterrena o a la resurrección al final de los tiempos.
El gran teólogo y filósofo San Agustín explica en su libro Confesiones en el que relata su vida el momento de la muerte de su madre Mónica y lo que sintió  y escribe: «Así, viendo que quedaba desamparado de grande consuelo como de ella recibía, mi alma estaba traspasada de dolor y pena, y parece que mi vida se despedazaba, pues la mía y la suya no hacían más que una sola». Genial descripción psicológica y filosófica de lo que representa la muerte de una madre. La brillantez intelectual del profesor de retórica que era Agustín se plasma de una forma magnífica.
Cielo, paraíso o nada pueden ser, en cierto sentido, equivalentes, ya que si una vez muertos no sentimos nada y no tenemos dolor ni sufrimiento, esto es algo que se parece bastante a la felicidad, puesto que no ser conscientes de nada es lo mismo que descansar. Es como una especie de descanso eterno pero sin sueños que podamos recordar. Puede parecer terrible, si se analiza tal cual, pero no lo es.
También es cierto que filósofos de la talla de Unamuno poseían un ansia de inmortalidad incompatible con la muerte total que su intelecto les decía que iban a sufrir para siempre. En cambio, Epicuro destacó en su enseñanza que el miedo a la muerte no tiene razón de ser.
Autoengañarse sobre las consecuencias de la muerte no tiene resultados negativos y puede ser hasta positivo  para superar mejor el proceso de morir que al final es lo más importante. De lo que se trata es de vivir al máximo para no desperdiciar ningún instante del tiempo que nos ha concedido el azar.  El valor de la vida es lo decisivo.


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