En el libro ¿Puede
pensar una máquina? Turing se plantea
diversos interrogantes sobre el procesamiento de información de las máquinas y
las funciones computables.
Se trataba de simular
los procedimientos operacionales de la mente humana con sistemas de cálculo
programados. El famoso test de Turing es
una prueba para averiguar si una máquina piensa, ya que un ser humano no es
capaz de saber si su interlocutor es una máquina o una persona.
Turing fue un
matemático inglés que nació en 1912 y dejó este mundo en el año 1954. Alcanzó
el reconocimiento general de la comunidad científica por sus imaginativas ideas
para tratar la resolución de problemas.
Como se sabe, durante
la Segunda Guerra Mundial se ocupó de la dirección del servicio de criptografía
del Ejército británico que consiguió descifrar los códigos de los nazis. Esto
hizo posible que se neutralizaran una parte de sus avances en la guerra.
Aunque Descartes
afirmó que los animales son máquinas no es cierto. Es entendible que con el
estado de conocimientos médicos que había en la primera mitad del siglo XVII se
pudiera pensar esto. Tampoco acertó el filósofo materialista francés Lamettrie
al decir que los humanos somos máquinas.
Como indica el
profesor Manuel Garrido «Turing consideró la posibilidad de
una máquina que no fuese clásica sino cuántica con vistas a abordar el problema
de la impredictibilidad del comportamiento cerebral». Actualmente, los investigadores de Inteligencia Artificial
y los neurocientíficos indagan sobre estas
cuestiones de una forma extensa y profunda.
Este ensayo o
conferencia de Alan M. Turing es del año
1947, pero ya expresa los problemas iniciales que se estaban abordando en el
surgimiento de las primeros computadores digitales o calculadoras electrónicas.
Como escribe Turing «En la memoria de la máquina la
información se divide normalmente en paquetes de un tamaño moderadamente
reducido».
La imitación de las
operaciones y cálculos humanos es seguida con lenguajes informáticos de
programación por los computadores. Por otra parte, no cabe duda de que el deseo
de construir una especie de computador digital ya apareció en el siglo XIX con
el profesor de Matemáticas Charles Babbage entre los años 1828 a 1839. De hecho, planeó una máquina que era llamada también ingenio analítico.
Era una máquina
mecánica la de Babbage y no eléctrica. Con los aparatos eléctricos la capacidad
y velocidad de cálculo y procesamiento aumentó exponencialmente.
Para Turing los
computadores son máquinas de estado discreto que tienen un número finito de
estados posibles y que realizan un gran número de combinaciones programadas.
El efecto mariposa
también está presente en los cálculos de las máquinas. Como escribe Turing «El desplazamiento de
un solo electrón en una billonésima de centímetro
en un momento dado, puede ocasionar la diferencia entre el hecho de que un
hombre sea aplastado por una
avalancha un año después o que se salve». O, lo que viene a ser lo mismo,
cambios muy pequeños en las condiciones iniciales pueden tener un efecto
tremendo en un tiempo posterior. El azar interviene, de modo decisivo, en la
propia naturaleza.
Turing está totalmente
de acuerdo con lo que se dice en relación con el aumento de la capacidad de
memoria de los computadores y con la posibilidad de que elaboren unos pensamientos parecidos
en ciertos aspectos a los de las personas. Escribe Hartree que «Eso no implica que no pueda ser posible construir un equipo electrónico que piense
por sí mismo, o en el cual se pudiera establecer en términos biológicos un reflejo condicionado, que serviría como
base de aprendizaje».
Lo que se ha avanzado
desde la muerte de Turing ha sido tanto que ya es un hecho que los
superordenadores simulan el pensamiento
humano y los procesos de cálculo. Además, logran grandes resultados en
precisión y rapidez de procesamiento. Esto mismo hace que proporcionen
resultados increíbles en lo referido a velocidad y calidad de las operaciones
realizadas. La nueva fase que ya se está iniciando en algunas partes del mundo
es la puesta en marcha de los ordenadores cuánticos que tienen una potencia de
cálculo muchísimo mayor que los convencionales y que cambiarán para siempre el
modo de calcular.
Aunque ya hay sistemas
informáticos que pueden escribir, pintar, esculpir o crear música con
programaciones muy sofisticadas sigue siendo necesaria e indispensable la
actividad imaginativa de los
artistas y de los inventores y creadores
en general. La imaginación puesta al servicio de la creación es un recurso ilimitado.
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