lunes, 16 de marzo de 2020

ETER 9




La inmortalidad digital además de con la huella digital es posible también con la red social Eter 9. Ofrece una permanencia permanente a lo largo del tiempo de sus usuarios en el ámbito digital. O, lo que es lo mismo, cuando el internauta fallece continúa su comportamiento en la red. También es cierto que como dice su inventor   el portugués Henrique Jorge «cada cosa que hacemos en el ciberespacio permanece para siempre, incluso cuando ya hemos fallecido».
Eter 9 es una plataforma muy parecida a Facebook. En realidad, es una red que aprende a través de la inteligencia artificial. Parte de un avatar  digital inmortal que publicará después de la muerte del usuario a partir de lo que haya subido en vida a la plataforma.
Creará contenidos similares a los publicados por la persona antes de su muerte. Y supuestamente podría crear publicaciones como artículos, libros, videos, audios, etc., con algoritmos que analizan lo ya creado cuando el sujeto estaba vivo.
Ya hay miles de personas que están en Eter 9.  En cualquier caso, esta red social está en una fase inicial y puede ser desarrollada de un modo mucho más potente en los próximos años y decenios. Y pueden surgir otras.
Estoy plenamente convencido de que la huella digital es lo más importante. Lo que significa que los esfuerzos de los creadores se verán plasmados en el ciberespacio para siempre, como muy justa compensación a las horas empleadas en una actividad creativa que, si bien es apasionante, merece un reconocimiento general y especialmente una duración en el tiempo que será ilimitada.
Y es que los creadores, al crear contenidos lo hacen para que sean leídos, vistos y escuchados y en el mundo digital, en el que ya estamos desde hace años, esto ya es un hecho o una realidad.
Los creadores realizan una labor artística y sobre todo expresan lo que desean en sus creaciones. Pueden gustar más o menos sus producciones, pero eso no es lo más relevante, ya que las modas, gustos y costumbres cambian con el paso del tiempo. Lo que no cambia es la calidad de lo creado que, a veces, no es reconocido pero que a  la larga siempre será apreciado  y valorado.
En realidad, escritores, pintores, escultores, músicos, cineastas  y otros artistas siempre han pretendido no solo formar parte del presente sino también ser recordados después de su desaparición física. Se podría hablar de la eternidad del arte. La experiencia estética es la que también nos hace de alguna  manera   inmortales. El inconsciente como afirmaba Jung no entiende ni contempla la muerte y cree que la vida sigue para siempre. En este sentido, conviene tomar ejemplo y vivir la vida como una gran aventura hasta el último segundo de la misma.
Evidentemente, la vida es lo opuesto a la muerte. Pero la finitud de la vida humana es la palanca que mueve a hacer grandes cosas en la existencia. También es posible, pero no es lo más acertado, el conformismo con la mediocridad y con los placeres de una vida exclusivamente materialista. Aunque esto es opinable y depende de la forma de entender las cosas de cada persona. Y claro también interviene la libertad y los modos de pensar de cada individuo.
La pasión o las emociones y los sentimientos son lo más decisivo en la existencia. Por supuesto, partiendo de un control de la razón y de la prudencia.
Somos una caña pensante como decía el filósofo y matemático francés Blaise Pascal en el siglo XVII. Pero nuestra grandeza proviene de que pensamos y sentimos a diferencia de las rocas que no piensan.
Unamuno también tenía un ansia de inmortalidad tremenda y de la que escribe y habla  a lo largo de su vida como filósofo y escritor. En su libro Del sentimiento trágico de la vida expresa su deseo de no morir o de vivir para siempre, junto con otras cuestiones. Las razones del cerebro no son las del corazón o de los sentimientos.
La fría razón, como la del filósofo Bertrand Russell, dice que después de la muerte no hay nada. El ateísmo del pensador británico es rotundo. No deja ningún espacio o resquicio para la esperanza en un mundo espiritual supraterreno o celestial. Desde Parménides, Pitágoras y Platón  numerosos filósofos se han ocupado de pensar sobre la inmortalidad y acerca de la relativa brevedad de la vida y de la felicidad.



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