Elabora una ética
emotivista de los valores. Bertrand Russell a lo largo de su trayectoria vital
en sus libros y en su enseñanza fue analizando cuestiones éticas y cambiando de
actitud ante las mismas. Algo lógico, si se piensa en la evolución del
pensamiento de este gran filósofo.
Su dilatada producción
filosófica muestra variados planteamientos en relación con sus ideas éticas.
Pensó que se podía estar seguro de que la razón era o debía ser el fundamento
de las pasiones, especialmente, en la primera etapa de su existencia.
En su primer periodo
como pensador está influido por el intuicionismo de Moore lo que presupone la
afirmación de una visión intuicionista y objetivista de los valores. Lo que
indica que sostiene un cierto objetivismo gnoseológico similar o parecido al de
Moore.
Cuando era adolescente
consideraba que el utilitarismo era perfectamente compatible con una ética
laica como la que defendió hasta su muerte en 1970. Se entiende que escriba: «Las reglas morales hacen exigencias, ordenan, recomiendan y
guían. El que la persona tenga ciertas emociones o sentimientos o esté de
acuerdo con cierto curso de acción no explica que esa persona actúa éticamente».
En 1910 Russell en su
libro La ética es una ciencia establece que el fin de la misma es la búsqueda de proposiciones
verdaderas acerca de la conducta virtuosa y viciosa. Y considero que es un
planteamiento absolutamente válido. En efecto, es posible y necesario que
exista una armonía entre razón y pasión en las conductas humanas.
De hecho, Nicolás
Zavavdivker afirma que Russell es uno de los primeros en desarrollar una teoría
emotivista de los valores. Y es cierto que ocurre a partir de la madurez de
Russell. Claro que se puede analizar la subjetividad de los valores y de los
sentimientos en los que se fundan, pero esto, a mi juicio, no justifica que se
niegue de un modo rotundo la posible objetividad de lo bueno o de la verdad y
lo correcto éticamente. Desde mi planteamiento está claro que las emociones son
también analizables por el raciocinio o por la inteligencia.
Los impulsos son algo
positivo, pero deben estar guiados y controlados de alguna manera por el
intelecto, en relación con el logro de conductas que respeten normas éticas de
sentido común. Si no establecen unos indicadores que sirvan para calificar los
comportamientos se cae en el subjetivismo relativista más absoluto. Es cierto
que Russell está convencido de que la sociedad o la colectividad influye
grandemente en la moral y las costumbres y es algo indiscutible, pero aunque
puedo estar de acuerdo en que la ética no es una ciencia como las matemáticas o
la física esto no significa que no se pueda establecer una moral mínima que sea
universalizable. Creo que Russell podría
aceptarlo si todavía viviera. Porque consideraba positivamente la teoría del
sentido común en ética y era un genio de la argumentación.
Lo que no supone que
no se deba contemplar el valor de las emociones y sentimientos en las
cuestiones morales. El bien general de la sociedad puede ser coincidente con
las buenas actitudes éticas. El pacifismo de Russell no le impedía defender sus
ideas con fuerza y firmeza.
La afirmación del
valor de la libertad y de la justicia fue proverbial en Bertrand Russell y es
ampliamente reconocida su labor y actividad en defensa de los valores o
derechos humanos primordiales. Su sabio escepticismo y su profunda sabiduría e
ironía le ponían en guardia contra las injusticias y cualquier clase de
explotación, tiranía o tortura.
El liberalismo de
Russell puede ser objeto de análisis y discusiones que pueden llevar a
discrepancias, pero su actitud ética es muy matizada, especialmente en la
segunda parte de su vida.
Se puede pensar que es
posible la combinación de su intuicionismo objetivista y cognitivista con su
emotivismo ético basando ambos en una especie de eclecticismo ético en el que
domine una ética mínima de la solidaridad, ya que la justicia y el bien aunque
no sean objetivables como las teorías científicas, si poseen en sí mismas
verdad y valor. De lo contrario, en la realidad práctica se instala un
relativismo absoluto que anula las diferencias entre lo bueno y lo malo y deja
sin sentido a las distinciones morales. Por ejemplo, la tortura es la negación
absoluta de la dignidad humana y es inaceptable siempre. Indudablemente no debe
haber excusas para emplearla.
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