lunes, 26 de noviembre de 2018

ÉTICA DE RUSSELL




Elabora una ética emotivista de los valores. Bertrand Russell a lo largo de su trayectoria vital en sus libros y en su enseñanza fue analizando cuestiones éticas y cambiando de actitud ante las mismas. Algo lógico, si se piensa en la evolución del pensamiento de este gran filósofo.
Su dilatada producción filosófica muestra variados planteamientos en relación con sus ideas éticas. Pensó que se podía estar seguro de que la razón era o debía ser el fundamento de las pasiones, especialmente, en la primera etapa de su existencia.
En su primer periodo como pensador está influido por el intuicionismo de Moore lo que presupone la afirmación de una visión intuicionista y objetivista de los valores. Lo que indica que sostiene un cierto objetivismo gnoseológico similar o parecido al de Moore.  
Cuando era adolescente consideraba que el utilitarismo era perfectamente compatible con una ética laica como la que defendió hasta su muerte en 1970. Se entiende que escriba: «Las reglas morales hacen exigencias, ordenan, recomiendan y guían. El que la persona tenga ciertas emociones o sentimientos o esté de acuerdo con cierto curso de acción no explica que esa persona actúa éticamente».
En 1910 Russell en su libro La ética es una ciencia establece que el fin  de la misma es la búsqueda de proposiciones verdaderas acerca de la conducta virtuosa y viciosa. Y considero que es un planteamiento absolutamente válido. En efecto, es posible y necesario que exista una armonía entre razón y pasión en las conductas humanas.
De hecho, Nicolás Zavavdivker afirma que Russell es uno de los primeros en desarrollar una teoría emotivista de los valores. Y es cierto que ocurre a partir de la madurez de Russell. Claro que se puede analizar la subjetividad de los valores y de los sentimientos en los que se fundan, pero esto, a mi juicio, no justifica que se niegue de un modo rotundo la posible objetividad de lo bueno o de la verdad y lo correcto éticamente. Desde mi planteamiento está claro que las emociones son también analizables por el raciocinio o por la inteligencia.
Los impulsos son algo positivo, pero deben estar guiados y controlados de alguna manera por el intelecto, en relación con el logro de conductas que respeten normas éticas de sentido común. Si no establecen unos indicadores que sirvan para calificar los comportamientos se cae en el subjetivismo relativista más absoluto. Es cierto que Russell está convencido de que la sociedad o la colectividad influye grandemente en la moral y las costumbres y es algo indiscutible, pero aunque puedo estar de acuerdo en que la ética no es una ciencia como las matemáticas o la física esto no significa que no se pueda establecer una moral mínima que sea universalizable.  Creo que Russell podría aceptarlo si todavía viviera. Porque consideraba positivamente la teoría del sentido común en ética y era un genio de la argumentación.
Lo que no supone que no se deba contemplar el valor de las emociones y sentimientos en las cuestiones morales. El bien general de la sociedad puede ser coincidente con las buenas actitudes éticas. El pacifismo de Russell no le impedía defender sus ideas con fuerza y firmeza.
La afirmación del valor de la libertad y de la justicia fue proverbial en Bertrand Russell y es ampliamente reconocida su labor y actividad en defensa de los valores o derechos humanos primordiales. Su sabio escepticismo y su profunda sabiduría e ironía le ponían en guardia contra las injusticias y cualquier clase de explotación, tiranía o tortura.
El liberalismo de Russell puede ser objeto de análisis y discusiones que pueden llevar a discrepancias, pero su actitud ética es muy matizada, especialmente en la segunda parte de su vida.
Se puede pensar que es posible la combinación de su intuicionismo objetivista y cognitivista con su emotivismo ético basando ambos en una especie de eclecticismo ético en el que domine una ética mínima de la solidaridad, ya que la justicia y el bien aunque no sean objetivables como las teorías científicas, si poseen en sí mismas verdad y valor. De lo contrario, en la realidad práctica se instala un relativismo absoluto que anula las diferencias entre lo bueno y lo malo y deja sin sentido a las distinciones morales. Por ejemplo, la tortura es la negación absoluta de la dignidad humana y es inaceptable siempre. Indudablemente no debe haber excusas para emplearla.

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