No cabe duda de que
las manifestaciones de los jubilados son la expresión de una problemática real.
El miedo a quedarse sin pensión o a que no suba cada año según el IPC.
Lo que no se puede
pretender es que las personas que llegan a la edad de jubilación tengan que
vivir de planes de pensión privados. Por supuesto, los que quieran y puedan
están en su derecho de hacerlo, pero millones de ciudadanos no pueden por
razones económicas muy poderosas.
La Seguridad Social es
una garantía de bienestar y es pública. El acuerdo logrado para mantener el
poder adquisitivo de los mayores por los grupos parlamentarios es la plasmación
de un cambio impulsado en parte por la presión social de la ciudadanía que está
preocupada por el futuro de las jubilaciones. Al menos un porcentaje
considerable de la misma.
Existen unos derechos
que no pueden ser borrados o anulados por motivos económicos o porque sea
necesario resolver un agujero de casi 20.000 millones de euros de la Seguridad
Social.
Si con las
cotizaciones no es suficiente para garantizar el pago de las pensiones después
de que pasen diez años habrá que tomar medidas. Y son posibles y sencillas. La
solución obvia y que ya aplican varios países europeos es subir un dos o tres
por ciento los impuestos, aproximadamente, a los que perciben más ingresos
anualmente en su declaración de la renta.
Se puede argumentar
que no debe haber un esfuerzo intergeneracional desde una perspectiva puramente
egoísta e insolidaria, pero no es el planteamiento ético correcto y apropiado
desde mi análisis y el de otros. Todos llegaremos a ser viejos o mayores y a
todos nos parecerá bien recibir una pensión que nos permita vivir con dignidad
y suficiencia ese periodo de la vida. Está reconocido en nuestra Constitución
española.
Por cierto, aunque el
pacto por la revalorización de las pensiones sea un acuerdo de mínimos me parece que habría que ir precisando más sus
puntos o su contenido para no permanecer en la ambigüedad y en la diversa
interpretación de sus aspectos fundamentales por los partidos políticos. Lo que
es evidente es la necesidad de poner negro sobre blanco la forma exacta en que
se va a realizar esa revalorización para garantizar el mantenimiento del poder
adquisitivo de los pensionistas. Lo demás es secundario, en principio. Habría
que consensuar criterios compartidos.
El derecho a percibir
pensiones es clave por una cuestión de justicia bien entendida. Hace, por ejemplo, doscientos años no había
jubilaciones y las personas tenían que ahorrar para la vejez, si es que
llegaban a la misma. Era una situación incoherente a todas luces, por motivos
fácilmente entendibles. No todos podían ahorrar y otros acumulaban poco dinero
para la parte última de su existencia. Lo que daba lugar a situaciones
tremendas.
Un gran filósofo
alemán como Kant que murió en el año 1804 ahorró para su vejez de un modo muy
prudente, pero era profesor de Universidad y se lo podía permitir, pero otra
mucha gente de su tiempo no podía hacerlo. Posteriormente en el último tercio
del siglo XIX y en el siglo XX se fue universalizando la prestación de
jubilación en el mundo.
Uno de los impulsores
fue el canciller Bismarck en Alemania en el año 1889, ya que creó un sistema de
pensiones público que fue el modelo principal que siguieron otros países.
Aunque es cierto que la esperanza de vida era de 35 años para los ciudadanos
alemanes y de 38 para las alemanas y la edad de jubilación era a los 70 años.
Por tanto, llegaban a percibir las pensiones las clases altas sobre todo a finales del siglo XIX.
Actualmente las cosas
han cambiado enormemente, pero también la sociedad del conocimiento y la era
digital en la que estamos hace que la producción de bienes o de riqueza sea
muchísimo mayor en pleno siglo XXI.
En consecuencia,
aunque la esperanza de vida y la longevidad hayan subido mucho esto no es algo
que impida la resolución de la financiación y la sostenibilidad del sistema de
pensiones de España, ni de ningún país desarrollado.
Se trata de aplicar
una subida de impuestos moderada a las empresas y ciudadanos que por sus
elevados ingresos puedan colaborar para
sumar más fondos a los ya existentes a través de las cotizaciones. Y si con
esto no es suficiente se podría hacer una muy pequeña subida de impuestos a
otros sectores de la población. La solidaridad es un valor ético esencial y
crucial.
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