La
velocidad puede ser necesaria en determinadas cuestiones, pero no en todo. En
el libro de Luciano Concheiro titulado Contra el tiempo, Filosofía práctica del
instante se exponen lúcidas y profundas reflexiones sobre el incremento de la velocidad en la sociedad
actual. Vivir a gran velocidad no garantiza el éxito y el progreso, ya que se
pierde perspectiva y calidad. Es algo
parecido a la rueda en la que gira un hámster que no se desplaza, aunque se
mueva con una extraordinaria rapidez.
No
es extraño que haya autores que escriban acerca de la lentitud y sus beneficios
en muchos órdenes de la vida. El libro
Elogio de la lentitud de Carl Honoré es de hace años, pero sigue estando
vigente en la frenética época que vivimos.
Me
sorprende que Concheiro diga que «Los gruesos libros teóricos o filosóficos han
caducado porque nadie tiene el tiempo y la atención necesarios para
consumirlos». Estoy convencido de que exagera y no estoy de acuerdo, porque
sigue habiendo numerosas personas en todo el mundo que siguen leyendo gruesos
tratados filosóficos.
Otra
cuestión distinta es que los niveles de lectura disminuyan por la escasez de
tiempo de la gente o porque muchas personas no sean aficionadas a la lectura y
también por otros motivos. Los
argumentos extensos, los razonamientos complicados, etc., son algo
absolutamente necesario, ya que somos seres intelectivos y nuestro atributo
principal es el intelecto y la capacidad de abstracción y análisis.
La
rapidez en las comunicaciones y los transportes es crucial, pero en el ámbito
de los sentimientos humanos es mejor la calma y la tranquilidad. También es
cierto que la mecanización del trabajo ha supuesto la aceleración sin fin de
los procesos productivos.
En
lo que sí tiene razón Concheiro es en su crítica de la sociedad consumista en
la que vivimos actualmente. Puesto que es verdad que «los individuos construyen
sus identidades dentro de un orden social que está basado en la desigualdad y
la jerarquización». Indudablemente, se puede decir que los deseos en esta
sociedad turbocapitalista en la que estamos son
infinitos y nunca se ven satisfechos en una carrera interminable por
tener y consumir más objetos. Y es verdad que el consumo precisa de una
aceleración en la producción sin límites. De este modo, lo que se pretende es
que se consuma a mayor velocidad para que los beneficios de las empresas
crezcan más rápidamente. Y esto es un ciclo frenético en sí mismo.
La
obsolescencia programada es otro de los problemas en el que estamos inmersos en
la denominada era digital. Los aparatos se fabrican para que no duren demasiado
tiempo. En el campo de los dispositivos electrónicos o digitales la perpetua
actualización es la expresión de la obsolescencia. También es incuestionable,
en mi opinión, que el vocablo semiocapitalismo propuesto por Berardi se ajusta
a la descripción precisa de la realidad de signos actual. El intercambio de
signos de valor es una de las constantes de neocapitalismo de nuestros días. La
gente vive en una cultura de iconos e imágenes de marca que invade casi todos
los espacios de convivencia.
Además,
numerosos intercambios comerciales se realizan electrónicamente con
supercomputadoras que ejecutan billones de operaciones por segundo. El mundo
financiero entiende el valor de los milisegundos, ya que cada milésima de
segundo puede dar mucho dinero.
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