Indudablemente,
la adolescencia puede ser una etapa
compleja en lo relativo a la conducta.Es evidente que la labor principal y
fundamental respecto a la educación de los niños y adolescentes corresponde a
los padres.
Lo que no debe ser es que los centros educativos
hagan la función de padres respecto a un cierto número de adolescentes que
llegan sin la suficiente educación y respeto a la enseñanza reglada y formal.
Existen
normas de convivencia que los profesores explican a los alumnos y que son de
obligado cumplimiento. Los docentes son autoridad pública y se les debe respeto
y obediencia.
Afortunadamente,
la mayoría de los adolescentes son respetuosos porque desde pequeños han sido
educados correctamente con afecto y también con disciplina y normas.
Otros,
en cambio, parece que han hecho lo que han querido, sin ningún tipo de límites
respecto a sus comportamientos y esto ha llevado a que se comporten como
auténticos maleducados, por no utilizar otras expresiones más duras.
Y
es que la permisividad no es buena estrategia educativa, porque fomenta la
anarquía y el desorden más absoluto en las actitudes. Lo que no quiere decir
que los adolescentes no puedan disponer de libertad, pero con unos límites
razonables.
La
crisis de valores que está padeciendo la sociedad actual es algo muy grave
porque parece poner en entredicho la
pertinencia de la bondad, el respeto, la justicia, la solidaridad, la verdad,
la tenacidad, el esfuerzo, la constancia, etc. Los valores éticos son
imprescindibles, si queremos una sociedad más justa y equitativa.
En
la sociedad materialista y consumista en la que estamos viviendo el modelo
vital que están viendo los adolescentes es el de todo vale con tal de conseguir
el fin buscado. Y esto no es cierto en modo alguno.
Los
padres no deben hacer dejación de su responsabilidad respecto a la buena
educación de sus hijos. Los horarios laborales largos y la desestructuración
causada por divorcios y por otras causas no pueden servir de excusa para no educar
adecuadamente a los niños y adolescentes en unos principios de respeto y bondad
hacia los demás.
Nadie
ha dicho que la educación que los niños reciben de sus progenitores sea una
tarea fácil en sí misma, pero puede realizarse con mayores o menores dificultades.
Es la función que corresponde a las familias. Además, en la mayor parte de los
casos no es difícil, porque los hijos ya nacen con buen temperamento.
Y
cuando esto no es así, corresponde a los padres enderezar desde muy pequeños
los comportamientos de sus retoños, con una combinación adecuada de cariño y
autoridad.
Ya
que si no en la familia no se ejerce ninguna autoridad los adolescentes pueden
convertirse en una especie de tiranos, por decirlo de una forma más fácilmente
entendible.
Por
supuesto, no se trata de volver al autoritarismo de hace décadas que era algo
excesivo y desproporcionado. Pero no conviene permitir ninguna clase de
conducta irrespetuosa.
Si
no se ponen frenos, sanciones o castigos respecto a los malos comportamientos y
no hay consecuencias se está fomentando la impunidad y el da igual todo.
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