Puede parecer un
título exagerado y descorazonador, pero es una triste realidad. Así se refleja
en las conclusiones del informe auspiciado por Cáritas acerca de la exclusión
social y la pobreza en nuestro país. Los análisis de los datos confirmados que
se exponen son demoledores por varias razones. La encuesta y el informe
proporcionan informaciones estremecedoras para un país desarrollado como es
España.
Parece que a una mitad
de la población que consume abundantemente o se endeuda para gastar más le es
indiferente que un 20% de los ciudadanos lo pasen mal o muy mal económicamente.
El número de pobres en España ha aumentado en vez de disminuir en los últimos
diez años.
Parte de los jóvenes
están en las redes de la exclusión social y también los que carecen de trabajo
y un número considerable de mujeres. Esto supone la existencia de una bolsa de
excluidos de millones de personas. Como indica el informe 8,5 millones de
personas están en situación de exclusión social. Un millón y pico más que en
2007. Lo que da idea de que las cosas van a peor. Y lo que es más grave todavía
4,1 millones de personas padecen una situación de exclusión social severa. Esto
es inadmisible en un Estado que establece en su Constitución la suficiencia
económica de los ciudadanos y el derecho a una vida digna.
Es necesaria una
efectiva política de redistribución de la riqueza en todos los sentidos. La
igualdad de oportunidades no existe realmente. La precariedad laboral causa
exclusión social. El desempleo persistente provoca desigualdad y pobreza.
La justicia social
brilla por su ausencia. Lo que no es lógico ni racional es que los que viven de
forma acomodada echen en cara a los excluidos la responsabilidad que
supuestamente tienen por estar en la pobreza.
Es una nación en la
que alrededor de un 70% de los trabajos se consiguen por enchufe, el mérito y
el esfuerzo son, en muchas situaciones, infravalorados.
Es preciso ser
empáticos y pensar en los que están pasando penalidades en su vida por la falta
de oportunidades para trabajar y salir adelante. Y en lo referido a unos seis
millones de ciudadanos que no se sienten seguros en su situación económica no
cabe decir que no tienen motivos para la expresión de su malestar. El trabajo
es un derecho y no un privilegio.
Las ayudas sociales o
económicas a los excluidos son absolutamente necesarias. Y los partidos
políticos deben tomar decisiones al respecto en el desempeño de sus
responsabilidades de gobierno. Nadie merece vivir sin los mínimos recursos
económicos. Esto no puede ser ignorado. Este informe insiste en la necesidad de
hacer visibles para las formaciones
políticas a estos millones de personas y familias que lo están pasando
realmente mal o muy mal.
Los ciudadanos o la
mayoría de los mismos están convencidos de que el Estado tiene que intervenir
ya para hacer real la protección social de los que lo necesiten. No se puede
creer en un excesivo gasto social, porque es imprescindible y se puede pagar
con los impuestos. No se puede rechazar la compasión con los afectados por la
desigualdad y la injusticia social existente. Debemos ser solidarios.
Frente al
individualismo y relativismo predominante en una parte de la ciudadanía conviene poner de relieve
que el Estado es el que tiene, a mi juicio, la responsabilidad para tomar
medidas que pueden consistir en ayudas económicas suficientes para que estos
millones de ciudadanos puedan vivir de un modo adecuado. Es lo que corresponde
en un Estado Social de Derecho como es, en teoría, España. Afortunadamente, una
mayoría de la población de nuestro país insiste en la necesidad de aumentar el
gasto social para garantizar una vida digna a todos.
En lo relativo a la
discapacidad y a la dependencia y pensiones la solidaridad intergeneracional es
lo exigible desde un planteamiento ético de mínimos. Las generaciones se
suceden en el tiempo y, por tanto, es preciso pensar ordenada y racionalmente
en el futuro que nos espera a todos. Estas cuestiones no se pueden dejar a la
improvisación y a las ocurrencias.
Existen alternativas
de solución eficaz. Ya las están poniendo en marcha desde hace años en los
países nórdicos y en el Reino Unido. Los impuestos directos son la auténtica
tabla de salvación para evitar el naufragio de la sociedad española, sin
ninguna duda. Es la redistribución.
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