Para Kant los
principios internos de la acción son el fundamento del valor moral. La ética
formal kantiana afirma que la ley moral se funda en la razón.
El gran filósofo
alemán está en desacuerdo con las teorías emocionales de la ética. No comparte
el emotivismo moral de Hume, aunque le haya sacado del sueño dogmático para
darse cuenta de que razón y experiencia constituyen las columnas del edificio
de su teoría del conocimiento, de su criticismo.
La Fundamentación de
la metafísica de las costumbres publicada en 1785 es la obra en la que Kant
expresa sus planteamientos éticos de manera más clara. Aunque también explicitó
su ética del deber en tratados como la Crítica de la razón práctica y en sus
Lecciones de Ética.
Kant está convencido
de que «Ser benéfico en la medida de lo posible es un deber». Su moral deontológica
es universalista lo que no significa que no sean posibles muy diversas
formas de comportamiento.
En este sentido, es
clarificador que un filósofo como Apel establezca clara y rotundamente que la
rigurosa ética del deber kantiana no limita artificialmente la existencia. Dice
al respecto que «Al contrario, hay que afirmar que si
queremos una auténtica convivencia, un pluralismo que representa las distintas
formas de vida, hemos de darnos principios universales que hagan posibles el
desarrollo de las mismas». Existe una concordancia entre la
naturaleza apriorística de las ciencias en la época de Kant y el apriorismo de
la moral que establece como clave de bóveda de su formalismo ético.
Frente al egocentrismo
o narcisismo que se derivan directamente del utilitarismo de Hume y de otros
filósofos del siglo XVIII la moral humana, según el sabio alemán, supera estos
planteamientos por medio de la razón y la buena voluntad.
Kant considera que la
actividad ética de cada sujeto, si sigue la verdad y el bien, se acerca de modo
dialéctico al mundo inteligible platónico, ya que el mundo sensible es imperfecto.
Se puede decir que la ética de Kant está influida por el estoicismo más que por
el epicureísmo, puesto que el dominio de sí mismo y la moderación y reflexión
dan forma al valor interior del sujeto.
El pensador de Königsberg
estaba convencido de que era necesaria una metafísica de la moral que
prescindiera de todo elemento empírico. Si bien Wolff un filósofo que influyó
decisivamente en Kant, en la primera
mitad de su vida, fue objeto de los reproches del creador del idealismo
trascendental por haber mezclado factores a priori y empíricos en sus escritos
éticos.
Aunque la exclusión absoluta de los elementos
empíricos no fue algo logrado, de un modo total, por el propio pensador
prusiano. Entre otras razones, porque lo empírico es el término de comparación
desde la perspectiva ética del deber y de la intencionalidad pura y buena. Para
Kant el concepto de deber no se extrae de la experiencia, porque deriva, en
realidad, del uso común de nuestra razón práctica que es la que utilizamos
cotidianamente y que es diferente a la pura o teórica.
Se entiende que
escriba: «Una acción realizada por deber tiene que excluir
completamente, por tanto, el influjo de la inclinación y con éste, todo objeto
de la voluntad». Esto representa una oposición frontal a las éticas
materiales o consecuencialistas.
Se comprende también
que afirme que la metafísica de las costumbres sea aplicable a la Antropología
que analiza las conductas humanas y los modos y costumbres de los seres
humanos. Uno de los principios rectores de todo acto moralmente bueno es el
carácter de verdad.
La mentira para Kant
nunca está justificada. Es mala en sí misma, porque engaña a los demás y no
respeta su dignidad. Uno de los grandes logros de la ética deontológica
elaborada por Kant es que nos da una ilimitada libertad para hacer lo que
queramos con el único límite de la buena intención y voluntad.
No propone
determinados modos de vida sino que deja
que sean las propias personas las que libremente decidan lo que desean
hacer a lo largo de su existencia. La condición básica y fundamental es el
respeto o la consideración hacia los demás. El lema de libertad, igualdad y
fraternidad le gustaba a Kant, porque era la expresión de su deseo de una
humanidad fraterna y en paz y armonía. Frente al relativismo del siglo XXI
parece que el universalismo moral kantiano gana.
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