PONENCIA O COMUNICACIÓN DE JOSÉ MANUEL LÓPEZ GARCÍA
XXIV ENCUENTROS DE FILOSOFÍA
TÍTULO DE LA COMUNICACIÓN: NACIONALISMO POLÍTICO Y CULTURAL
El epígrafe que tiene mayor afinidad con mi comunicación o ponencia es: Conceptos, teorías e ideas de nacionalismo y nación.
RESUMEN
Parto de un análisis de la idea o concepto de nación en el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Desarrollo de una crítica de las ideas sobre la nacionalidad de Mancini, y también de Vico, Morgenthau, Léon Blum y Calhoun. A continuación expongo mis conclusiones sobre el nacionalismo.
NACIÓN EN EL MATERIALISMO FILOSÓFICO DE GUSTAVO BUENO
Realmente existen numerosas teorías, ideas y conceptos acerca de lo que es y representa tanto el nacionalismo político como el cultural. Si partimos de los planteamientos del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, está claro que en la significación política del término nación se conforma o se mantiene como parte del Antiguo Régimen en Europa o, lo que es lo mismo, durante los siglos XVIII y XIX.
Los Estados que se configuraron después de la Revolución francesa de 1789 se establecieron sobre unas bases más o menos sólidas que dependían de las Constituciones y de un ordenamiento legal consistente. Buena diferencia entre estados canónicos y continentales. Estos últimos son, por ejemplo, Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea como proyecto económico y político, etc.
Desde el enfoque filosófico del materialismo de Bueno es evidente que las naciones regionales son las subdivisiones de las naciones canónicas y son posteriores a las mismas. No cabe duda de que es cierto.
Se entiende, por tanto, que las aspiraciones no son válidas ni justificadas. Al respecto, se comprende que escriba Bueno: « pese a las pretensiones
de la elite que pretende su emancipación y que se orienta a la consecución de una forma de estado
separado » .
Se puede pensar en la consideración del espíritu cultural de una nación o de un pueblo es simple ideología o ideación metafísica, porque se trata de una manera precisa de realizar un análisis sobre el origen de cada cultura. No se puede reducir a los límites de los estados nacionales clásicos o canónicos.
Existen culturas genuinas que no son nacionales en el sentido limitado que esta clasificación presupone sino que abarcan zonas territoriales extensas del planeta que engloba varios estados en muchos casos.
Como escribe Bueno: « En la Edad Media y aún en la moderna,“ nación ”, más que las funciones de un concepto político desempeñado las funciones de un concepto antropológico (nación equivalente a“ gente ”, incluso a“ etnia ”o colectividad arraigada , generalmente en un territorio, y aquellos miembros mantenían lazos de parentesco más o menos lejanos) » . En efecto, y esto es lo más relevante. De este modo, se destruye el vínculo entre el poder político y la idea de la nación, y se entiende también desde un planteamiento antropológico y étnico.
De esta manera parece que el concepto de pueblo muestra de mejor forma y de forma más precisa la idea de nación política o sociedad política con una entidad propia.
Pero, una de las cuestiones de capital, según el materialismo de Bueno, es el resultado de la integración o la confluencia de varias etnias, gentes o tribus, desde un planteamiento rigurosamente etnográfico. De este modo, es lógico pensar que los regionalismos nacionalistas están en la base de la formación de cualquier Estado nacional contemporáneo.
Además, esto puede ser cualquier pretensión de romper un estado constituido por un simple fraccionamiento de las gentes que componen el equilibrio dinámico o la eutaxia que supera o estabiliza los conflictos entre los ciudadanos de las diferentes culturas nacionales que forman el Estado.
Es cierto que en el largo de la historia se han sucedido los Imperios, como, por ejemplo, el romano que se han estructurado, las costumbres y la lengua común en un cierto número de pueblos y ciudades conquistadas y se han mantenido con la fuerza de las armas Siempre han existido luchas y conflictos entre las etnias y unas cuantas veces más, más fuerte o poderosa.
Y se puede pensar que es injusto, pero la historia está dirigida, fundamentalmente, por relaciones materiales de poder. Bueno considera que « la nación, como sujeto político puro, es una abstracción » .
Me parece acertada la
afirmación, porque el surgimiento de una nación política es sobre todo el
resultado de un cierto número de circunstancias sociales, económicas, en
definitiva, materiales, que, en parte, son azarosas y no suponen un
determinismo insuperable, puesto que no son la consecuencia de un destino previsto o
prefijado.
El materialismo
considera que es metafísica idealista pensar que existen culturas nacionales
que al integrarse dan lugar a Estados. Se discute o se niega una delimitación
absoluta, rigurosa o científica de lo que es, realmente, una cultura nacional
regional. Es difícil definir qué es una cultura nacional, según Bueno, porque
no se pueden determinar criterios rigurosos respecto al ámbito o campo de lo
que son los elementos culturales de una nación, o, al menos, así lo interpreto
desde mi perspectiva explicativa.
La identificación de
la cultura nacional con el espíritu de un pueblo es artificioso y falso, porque
es un mito o algo inventado según el materialismo filosófico. En efecto, no se
puede absolutizar este planteamiento nacionalista respecto a las esencias culturales
de cada pueblo en la Historia. Que Kant hable de la dimensión moral e
internacional de la cultura de un pueblo supone la negación de la superposición
entre cultura y espíritu popular y en cambio es afirmada por Fichte y Hegel.
Como sostiene Gustavo
Bueno: «Sin duda, se actúa siempre desde un Estado o desde una
Nación; pero es sólo un mito decir que el camino hacia la universalidad pasa
necesariamente por ir “hacia las esencias nacionales íntimas”». La afirmación por parte del materialismo filosófico de la
cultura cosmopolita determina seguir construyendo el presente y el futuro,
desde una perspectiva, a mi juicio, intercultural. De este modo, se lograr una
mayor y mejor comunicación entre la diversidad de culturas del mundo, pero sin
renunciar a la cultura propia.
Los contenidos
universales o universalizables son una forma de crear cultura y de que las
culturas se interrelacionen entre sí. Por eso se comprende que afirme Gustavo
Bueno que «De estos cultivos han resultado esas «unidades corológicas» que llamamos hoy «culturas nacionales».
Es evidente que la
alfabetización obligatoria ha contribuido, de modo decisivo junto con la lengua
común y los medios de comunicación para que se haya hecho efectiva la formación
de comunidades nacionales estatales.
Según el materialismo
es discutible que la identidad sustantiva de las naciones canónicas sea algo
confirmable sin lugar a dudas, ya que
existen elementos identitarios que son objeto de debate respecto a si lo son de
forma genuina. Se pone en cuestión la idea de un espíritu nacional propio. Como
escribe Bueno al referirse al mismo: «La realidad es que sus contenidos más valiosos proceden de un patrimonio común “secuestrado” por los Estados, o de la imitación disimulada de otras
culturas nacionales».
Según estos
planteamientos de Bueno está claro que la validez o justificación de las
culturas nacionales o de invernadero depende de la coyuntura política y del
plano estrictamente fenoménico y no está sujeto a supuestas esencias
espirituales o ideales como pretendía el idealismo alemán de Fichte y Hegel.
En el Mito de la
Cultura Gustavo Bueno pone de manifiesto
que, tanto para Fichte como para Hegel, la cultura europea es envolvente y es
heredada por las sucesivas generaciones. Y la cultura histórica se implanta en
los individuos a través de las sociedades políticas o los Estados. Fichte
propone, por vez primera, el mito del Estado de Cultura.
Fichte en su Discurso
a la nación alemana dijo: «Sois vosotros (alemanes)
quienes poseéis, más nítidamente que el resto de los pueblos modernos,
el germen de la perfectibilidad humana y a quienes corresponde encabezar el desarrollo de la humanidad (…);
y si vosotros decaéis, la humanidad
entera decaerá con vosotros, sin esperanza de restauración futura». En este sentido, la
filosofía de la historia de Hegel y también la cultura alemana es la que
ostenta la excelencia como pueblo o nación portadora de las mejores esencias
universales en ese momento de la historia.
En su libro el
Fundamentalismo democrático Bueno insiste de modo acertado en que «La patria se irá
haciendo en la historia; propiamente la patria
es más una idea histórica que una
idea geográfica, como le ocurre también a la nación política».
Por tanto, la tierra
de los padres es el territorio basal que
es heredado y también el de la Patria. El rechazo de los partidos separatistas
por parte de Bueno es claro ya que escribe: «Los partidos secesionistas, en España
(y no únicamente en España), insisten tanto o más en su vocación democrática cuanto más se
esfuerzan por quitar importancia
a la unidad basal (territorial) de España».
El Estado desde los
planteamientos materialistas de Bueno es artificial y no natural. En efecto, es
algo construido por las elites que ostentan el poder económico. Hobbes también
pensaba algo similar y así lo expuso porque la formación del Estado es algo
producido o creado por los hombres y, por tanto, la organización estatal no es
natural.
CRÍTICA DE LAS
IDEAS SOBRE LA NACIONALIDAD DE MANCINI
Para este pensador
político que nació en 1817 y murió en 1888 está claro que la idea de nación
surge de la comunidad de vida y conciencia social de los seres humanos en un
territorio único que afirma las mismas costumbres, lengua y tradiciones.
Considero que no son
necesariamente elementos naturales los que conforman a una nación, ya que
existe la influencia de otras sociedades humanas y la mezcla de las mismas a lo
largo de la historia. Se entiende que Mancini diga en su libro Sobre la
nacionalidad de 1851-52 que los
auténticos protagonistas del Derecho Internacional «no son los Estados, sino las naciones, y de este modo
sustituimos un sujeto artificial y arbitrario por otro natural y necesario».
Es la expresión de una
tesis voluntarista en su planteamiento acerca del concepto de nación. No está
justificada la necesidad de la nación, porque son clasificables diferentes
tipos de nacionalidad, según el territorio, la población y otras cuestiones.
Además del voluntarismo es pensable que el naturalismo de Mancini no es el que
preconizaban los pensadores germanos Herder y Schlegel que conducía a
planteamientos ideológicos racistas basados en características étnicas y
naturales permanentes o, lo que es lo mismo, afirmaba que la nación sería un hecho natural.
Considero que es artificial, al menos, en parte.
Según Federico
Chabod existen dos formas de entender la nación: la
naturalista y la voluntarista y Mancini se decanta por esta última.
Ciertamente, esta concepción voluntarista tiene como también señala Pérez Luño
comentando a Mancini «a sus principales exponentes en la doctrina de los italianos
Mazzini y especialmente Mancini, vincula la existencia de la nación a factores
subjetivos o vitales como el sentimiento
o la conciencia de la nacionalidad; dando lugar a una versión liberal de la
nacionalidad».
Mancini está de
acuerdo con el denominado utopismo humanitario o con los filósofos
iusnaturalistas en la afirmación de los
valores éticos de la paz y la hermandad humana desde un planteamiento
racionalista. También Fichte insistió en el gran valor de la libertad y la
determinación de los individuos en la
conformación o configuración de una nación.
Considera Mancini que
las naciones son: «producto no arbitrario y mudable del artificio humano, sino obras
naturales y divinas, únicas individuales
verdaderamente capaces de convertirse en sociedades políticas o Estados». Lo nacional para Mancini es natural y el Estado es
artificial. Se percibe una cierta actitud ecléctica que incorpora aspectos del
voluntarismo y del naturalismo para dar
más fuerza al sentimiento de nacionalidad de cada pueblo, algo muy presente en
la mayor parte del pensamiento decimonónico del siglo XIX.
Como afirma Pérez Luño «La teoría de la nacionalidad
elaborada por Mancini supone
admitir el derecho, una especie de
derecho natural, de cada nación a constituirse en Estado, para hacerse
independiente, si se halla englobada en
un Estado que abarque otra u otras nacionalidades, o asumiendo en un
Estado único las fracciones de la misma nacionalidad sujetas a diversos Estados». Lo que no deja de plantear infinidad de problemas teóricos
y prácticos en relación con la cuestión del secesionismo y de lo que es
realmente la delimitación de los Estados
o naciones canónicas y cómo se reconocen.
VICO Y LA IDEA DE NACIÓN
Es evidente que en el
pensamiento de Vico todavía no está determinada la relación entre nación y
Estado. Porque el filósofo italiano parte de otro uso del término nación más
antiguo. Como escribe Secundino Fernández García en su tesis doctoral sobre Vico: «Por lo que hace al uso del término nación, este aparece
ligado en la obra de Vico, no al significado moderno (donde nación hace
referencia inmediata a Estado) sino al significado tradicional del término, en
su uso clásico y medieval, atendiendo a la realidad de las nationes, en tanto que grupo humano de
origen común y de similares tradiciones
culturales». Ciertamente, desde la perspectiva viquiana la noción de
nación puede entenderse también vinculada a los conceptos de pueblo, cultura y
civilización. En este sentido, está claro que en pleno siglo XVIII Vico orienta
sus planteamientos hacia interpretaciones de la realidad política que se
acercan, en determinados aspectos, a lo que realizan las incipientes ciencias
humanas de su época y también de la actual.
A juicio de Vico se
pueden diferenciar tres edades por las que ha pasado la humanidad .
La primera es la edad de los dioses y la segunda la edad de los héroes. Por
último la denominada tercera edad es
la de los hombres en la que se reconoce y se plasma la dignidad
y la racionalidad humana, con la utilización de una lengua como algo
esencial también, y en la
estructuración de las naciones como
repúblicas democráticas. Que exista una Historia Ideal Eterna, según
Vico, no parece creíble, porque sería aceptar un idealismo espiritualista con
connotaciones divinas que no es sostenible y tampoco lo es, a mi juicio, que
las historias particulares de las naciones sigan este esquema ideal.
La filosofía de la
historia de Vico tiene en cuenta también las avatares y circunstancias
históricas y la realidad natural en la que viven los hombres ya que como
escribe Susana Inés Herrero Jaime comentado al pensador italiano:«cada una de estas naciones, sus leyes y costumbres se
desarrollan y modifican en respuesta a factores naturales, a los
diferentes problemas planteados y a las
metas creadas en la interacción con los hombres».
La actividad creativa
de los hombres es particularmente intensa
a lo largo de la historia y por esta razón Vico se fija especialmente en
el pasado como fuente de conocimiento social, político y moral. No comparte,
por ejemplo, la noción cartesiana de claridad y distinción como criterio
universal de verdad, excepto en las matemáticas y la geometría. Tampoco considera demostrable o verificable
en el pasado el contractualismo, porque no es algo de lo que se haya constatado
su realidad empírica a lo largo del tiempo.
Vico está plenamente
convencido de que los seres humanos construyan la historia en función de las
circunstancias de la propia existencia y tratando de resolver los problemas que
se van sucediendo. De este planteamiento se deduce que el concepto de nación
política y cultural es relativo y está condicionado o determinado por
concepciones gnoseológicas y ontológicas y también por el tipo de filosofía
política que se afirme. Aunque también se pueden aplicar criterios generales
basados en la razón y en el territorio y en la formación política de los
Estados nacionales.
NACIONALISMO
DE MORGENTHAU, LÉON BLUM Y CALHOUN
En sus Escritos sobre
política internacional el pensador norteamericano Hans J Morgenthau considera que el interés nacional es lo que
debe dirigir la política exterior o internacional de Estados Unidos.
Como también afirma
Esther Barbé respecto al interés nacional es evidente que en Morgenthau «el origen analítico y
práctico del interés nacional se halla en la fundamentación teórica del Estado
moderno a través de la doctrina de la
razón de Estado, por una parte, y en los comienzos de la diplomacia moderna, por otra».
Morgenthau que murió
en 1980 en sus obras plantea que debe existir un equilibrio del terror y las
dos claves serían la preservación del interés nacional y la prudencia política.
Pero la correcta
interpretación del interés de cada nación política es algo muy discutible,
porque está en relación con muchos criterios diferentes sobre cuestiones
fundamentales y con la convivencia política con otras naciones y con diversas
corrientes de pensamiento político y económico. Morgenthau da mucha
relevancia al liberalismo de Wilson en
política exterior que sigue el espíritu
de la Paz de Versalles.
En la Reforma
gubernamental Léon Blum examina el
sistema político de la Tercera República. Observa de un modo claro que existe
una mala conexión entre las leyes constitucionales de 1875 y el funcionamiento
del Parlamento y del Gobierno de la nación francesa. Y esta situación política
deficiente duró varias décadas.
Se entiende que Blum
escribiera estas palabras: «Es necesario presentarse pues
presentarse al debate con las cuestiones
preparadas y no, como hoy se suele ver,
con su discurso preparado; es necesario estar en disposición de escuchar; es
necesario estar en disposición de responder a los argumentos, a los hechos que
acaban de producirse; es necesario, en una palabra, que el conjunto del debate
se ordene como un todo lógico donde cada frase aumente la claridad y contribuya
a la convicción». Sabias palabras aplicables a la
actividad política actual en muchos casos.
Calhoun en su
Disquisición sobre el Gobierno trata diversos aspectos directamente
relacionados con lo que se entiende por nación política. La Constitución es el
medio para evitar la opresión y la violencia y es la base para la búsqueda de
la justicia y la libertad. Porque el mantenimiento del orden es la expresión de
la dignidad de cada individuo en la sociedad.
Calhoun no estaba de acuerdo con la mayoría numérica como garantía de un
nacionalismo estatal coherente y también era consciente del poder de la prensa. Consideraba que los intereses
económicos eran los que daban forma, en el fondo, a las decisiones políticas
configurando además la convivencia cívica en diferentes sentidos.
Es natural que
previera la terrible Guerra de Secesión norteamericana, ya que conocía de
primera mano los graves problemas entre el Norte y el Sur. Fundamentó los
intereses sureños de modo ideológico.
Como indica Pablo Lucas
Verdú comentando a Calhoun: «diversos autores le han llamado el Marx de los conservadores,
de los patronos y, concretándose a su Estado natal, de los plantadores». Lo que está claro para Calhoun es que una
buena Constitución nacional es lo que hace posible que no exista opresión y que
se respeten los derechos de los ciudadanos. Es la manifestación o expresión de
un cierto garantismo legal que es necesario en cualquier estado nacional y que
protege también la idiosincrasia de las etnias nacionales que forman parte, por
ejemplo, de los Estados Unidos.
CONCLUSIONES
El componente étnico
cultural y el cívico político de cualquier nacionalismo no presupone que ambos
tengan que ser coincidentes, si se está pensando en el surgimiento de nuevos
Estados nacionales. Considero que es preciso diferenciar y clasificar
coherentemente las clases de nacionalismo cultural y también los subtipos del
nacionalismo político.
Las muy diversas
etnias existentes en el mundo pueden disponer o no de una especie de cultura
nacional, pero esto no siempre sucede. Depende de muchos factores históricos,
sociales y económicos.
En este sentido, está
claro que existen más identidades nacionales que étnicas. Sobre todo, si
pensamos que en los diferentes países es indudable que perviven distintas
culturas nacionales con más o menos fuerza en lo relativo a sus tradiciones,
costumbres, lengua y otras características idiosincráticas.
La mezcla cultural y
étnica cada vez es mayor con el multiculturalismo y la diversidad cultural
propia de nuestros días. Lo que no significa que no se puedan estudiar los
entresijos de cierto número de culturas nacionales de un mismo Estado y que esta labor no aporte una serie de
resultados que ponen en entredicho una categorización cerrada y rígida de lo
que se entiende por el prototipo de lo que es realmente el nacionalismo
cultural y el político.
La cuestión del
nacionalismo es, en el fondo, cultural e histórica y está intrínsecamente
relacionada con el poder estatal. El mismo surgimiento de los Estados a partir
del siglo XV causó, por ejemplo, si se considera el caso de España, un cierto
desorden en relación con las identidades. Se hablaba de las Españas. Es verdad
que la unificación de los reinos por los Reyes Católicos produjo una nueva
realidad nacional que se fue perfilando mejor durante los siglos XVI Y XVII.
En Europa como se
sabe, la unificación de Italia y Alemania, por ejemplo, se logró tras siglos de guerras y conflictos diplomáticos. Esto es
preciso tenerlo en cuenta para la comprensión de los problemas interpretativos
y de las numerosas teorías acerca del nacionalismo, tanto cultural como
político, que se han elaborado por parte de distintos filósofos o pensadores
políticos a lo largo de la historia.
Se puede afirmar que
existe una jerarquía de los nacionalismos políticos y no así de los culturales
y lo justifico y argumento. La nacionalidad que genera una cultura común es
perfectamente legítima, si se circunscribe al ámbito regional, ya que el local
sería insuficiente para la determinación de unas formas culturales que se
encuadren dentro de un espíritu cultural nacional.
Esto puede parecer
obvio, pero no lo es tanto, si se piensa en regiones de poca extensión
territorial y de escasa población. En estos casos, habría que definir
claramente a partir de que extensión y número de habitantes se puede considerar
que ya es delimitable una cultura regional que pueda ser calificada de
nacional. Y también es algo claro que no existen criterios rígidos o muy
estables para la determinación de lo que es una nacionalidad cultural.
En cambio, a mi
juicio, el concepto de nación política o nacionalismo político es más
objetivable, si tomamos como unidad de medida o de valoración criterios más
objetivos y de índole histórica fundamentalmente.
No se puede deformar o
falsear la historia para que encajen las piezas culturales en el puzzle de una
nación artificial que no está legitimada por la historia.
En el desarrollo de
las sociedades humanas es evidente que unas culturas y sistemas políticos
unidos indisolublemente a las mismas han triunfado sobre otras muchas. Y esto
no debe ser olvidado. Si no fuera así no existirían las naciones políticas
actuales, especialmente, las más poderosas o las más antiguas.
Actualmente, se suele
confundir el nacionalismo cultural con el político y son dos planos que no
siempre coinciden, por numerosas razones de peso. Despreciar o negar estas
razones es caer en el irracionalismo y en interpretaciones sesgadas y falsas de
la realidad.
Una cuestión son los
sentimientos nacionales que son absolutamente legítimos y otra muy diferente es
imponer lo afectivo a la razón. No cabe duda de que es posible que existan en
un Estado bastantes nacionalidades culturales que coexisten pacíficamente y con
una identidad plenamente reconocida y otra muy distinta es que se pretenda la
eliminación absoluta de planteamientos racionales que están en la base de la
formación o surgimiento de Estados políticos que son un conjunto de
nacionalidades insertas en una identidad nacional mayor y omnicomprensiva.
Esto sucede en España
que es una nación que agrupa dentro de sí varias nacionalidades que tienen
reconocidas sus idiosincrasias nacionales. Nadie las discute. El nivel de
autonomía de estas comunidades nacionales dentro del Estado es muy elevado, sin
duda.
Los problemas del
nacionalismo político surgen porque no se analizan los fundamentos o las
bases que justifican la creación de una
nación política nueva.
Algo que incluso sería
factible con una modificación sustancial del texto constitucional, si se
pretende conformar un Estado federal, por ejemplo. Si bien en España sería muy
difícil, por las condiciones que establece nuestra Carta Magna, ya que es muy
garantista en estos aspectos, precisamente en relación con las mayorías
necesarias para lograrlo.
En todo caso, lo
evidente es que, si cada región nacional con una cultura propia formara un
Estado o nación política independiente o soberana se constituirían solo en
Europa decenas de naciones políticas nuevas o quizás más. Y esto sería
arbitrario e ilógico. Sería el resultado de la lucha por el poder de las elites
económicas y políticas de cada micronación o Estado. En una economía
globalizada se camina hacia la unión de Estados y naciones y no a una
fragmentación perjudicial con un gran número de naciones diminutas, que no
podrían hacer frente a los extraordinarios desafíos de la era digital y del
cambio de civilización al que estamos asistiendo en todos los sentidos.
Pero,
independientemente, de las razones económicas y geoestratégicas, si se piensa
en las condiciones del mundo actual, desde una interpretación racional es
indudable que la condición previa para la aparición de nuevas naciones
políticas es la desaparición de las ya existentes, por el paso del tiempo o
simplemente porque hayan desaparecido la lengua común o la identidad compartida
en la mayor parte de los ciudadanos. Y esto en España no ha sucedido hasta
ahora, por tanto, las consecuencias no hace falta explicitarlas.
El sentimiento
nacionalista es perfectamente compatible con su integración en una entidad
nacional política mayor que respete las características nacionales regionales e
incluso las impulse en buena medida. Y la prueba de lo que digo es que existen
personas o ciudadanos con sentimientos nacionalistas fuertes o profundos y que
están perfectamente de acuerdo con ser ciudadanos de una nación política o
Estado mayor que los incluye.
Las naciones políticas
no pueden ser reinos de taifas como en un periodo de la Edad Media. No debemos
volver al pasado para repetir los mismos errores políticos y culturales.
El multiculturalismo y
la diversidad cultural son lo opuesto, a mi juicio, a estas divisiones o
separaciones artificiosas de las realidades nacionales por cuestiones
emocionales o sentimentales.
Por supuesto que cada
cultura nacional de cada región de un país con su lengua y sus tradiciones
culturales enriquece dando más valor a
cada Estado nacional.
En Estados Unidos
supieron resolver muy bien las diferencias entre los Estados del Norte y los
del Sur. A pesar de la cruel guerra de Secesión alcanzaron una identidad
nacional que unifica los intereses de los Estados federales.
Ciertamente, parece que
a partir de finales del siglo XX y en el XXI se han exacerbado los sentimientos
nacionalistas radicales que pretenden la conformación de realidades nacionales
estatales saltándose las leyes. Desde la perspectiva de la teoría y filosofía
política esto no tiene justificación. Es como si en la Posmodernidad imperase
el pensamiento débil de Vattimo en su
peor sentido y la modernidad liquida de
Bauman mal interpretada y sin
condiciones.
En relación con el
nacionalismo cultural se pueden poner unos baremos o criterios que, si se
cumplen, dan legitimidad y validez al hecho nacional cultural compartido por
una comunidad de personas extensa.
Al final, el
mantenimiento de cada cultura nacional dependerá del crecimiento o disminución
de la población que la integra o compone. A lo largo de la historia no cabe
duda que han existido identidades nacionales basadas en unos rasgos culturales
que han prosperado en el tiempo y otras
en las que ha sucedido lo contrario. Es el resultado de las contingencias históricas
y sociales que son muy diversas. Existen periodos de desarrollo y auge y
también de decadencia y desaparición.
Y si nos centramos en
los imperios este fenómeno se nota con
el paso de los siglos. Por ejemplo, la cultura romana antigua surgió de la
Ciudad Eterna y se expandió por Italia y por el continente europeo, el norte de
África y el cercano oriente. Se puede decir que sus pautas culturales
nacionales se extendieron con la romanización por buena parte del mundo
occidental conocido en aquella época.
En consecuencia, se
pueden extraer varias conclusiones de lo anteriormente explicado. La evolución
histórico política posee unas constantes que se repiten de forma aproximada, si
se analiza la formación y consolidación de naciones políticas e imperios.
Considero que la
pervivencia de culturas nacionales aunque sean relativamente pequeñas es
positivo, pero siempre que no sean excluyentes y no se conviertan en una
especie de comunidades sectarias que rechazan a otras identidades nacionales
mucho mayores, si se piensa en las personas que las conforman.
Lo mismo es aplicable
en sentido inverso. Las muy diversas comunidades nacionales deben respetar y
convivir armoniosamente unas con otras, sin intolerancia y discriminaciones y
sin luchas por la preponderancia. En cambio, en la realidad cotidiana, en
algunos casos, la tendencia no es, precisamente, la más adecuada en relación
con el logro de una convivencia armoniosa.
Existe rivalidad entre
unas identidades culturales o nacionales y otras, como si hubiera una lucha en
toda regla por el logro de la supremacía. También es cierto que esta situación
puede resolverse partiendo de la buena voluntad y de la libertad y
responsabilidad de las personas o ciudadanos.
Desde la perspectiva
del Nacionalismo político surgen numerosos interrogantes para algunos. Desde mi
planteamiento la cuestión del nacionalismo es volver al pasado o, lo que es lo
mismo, a situaciones sociales ya superadas.
En un mundo cada vez
más interconectado caer en particularismos y en interpretaciones reduccionistas
de la identidad cultural no parece lo más racional, especialmente, desde
análisis políticos consistentes y coherentes.
No se pueden destruir
de repente identidades políticas enormes como la española simplemente por los
deseos de una minoría de ciudadanos de una comunidad como Cataluña. Sobre todo
cuando el autogobierno ya está garantizado en muchos aspectos.
El nacionalismo
político podría ser superado con el federalismo, pero esto no convence a los
movimientos independentistas de Escocia o Cataluña, por ejemplo. Pero eso no
supone que no sea una política posible con una reforma de la Constitución.
En realidad, España ya
funciona como una especie de monarquía constitucional parecida a un estado
federal, si se considera que las Comunidades Autónomas disponen de muchas
competencias que ejercen en su actividad política y administrativa.
Es evidente que los
Länders alemanes, que son dieciséis
Estados federados, poseen menos poder que el sistema de las Autonomías en
España. La unidad de la nación española hace posible sin menoscabo de la misma
una gran autonomía de las comunidades históricas y culturales que constituyen
el Estado español.
Quizás, el ejemplo de
Alemania o el de Estados Unidos sean modelos que pueden servir para la creación
de un nuevo Estado Federal o Confederal, si así lo quiere la mayoría de la
ciudadanía española, aunque es una opción que también puede ser superada por la
marcha de los tiempos y por las nuevas expectativas y cambios sociales
impulsados por el extraordinario avance de la tecnología.
Con la creciente
digitalización de todas las esferas de la vida parece que el nacionalismo
político está siendo superado en cierto modo o, al menos, perdiendo fuerza. Las realidades
supranacionales se están imponiendo. Un ejemplo claro es la Unión Europea que
impone sus criterios económicos generales
a sus Estados miembros con mayor o menor éxito. Podemos preguntarnos
porqué existen actitudes intransigentes en el nacionalismo político o en los
movimientos independentistas que afirman ideas de secesión o de
autodeterminación dejando a un lado o negando las leyes y el ordenamiento
jurídico en vigor en los Estados más grandes.Es como si los sentimientos y las
emociones fueran más fuertes que las ideas, las razones, los tribunales y el
Estado de Derecho.
Los nacionalismos
políticos, a mi juicio, promueven la disgregación y la separación de las
personas en comunidades supuestamente autosuficientes que, en realidad, no lo
son. A lo que se debe ir es a la
constitución de un cosmopolitismo
universal parecido al que deseaba Kant.
Lo mejor sería como una especie de alianza de naciones políticas de una cierta
entidad poblacional y económica.
Es posible que en el
futuro más o menos lejano desaparezcan las realidades políticas estatales y el mundo sea una organización estatal
única. Algún experto en política ya lo
ha pensado y afirmado como posibilidad
real y no creo que sea algo descabellado, ni mucho menos.
Lo digo porque de este
modo se ve el sinsentido de las aspiraciones de independencia de regiones
pequeñas que un mundo global interconexionado por Internet, de una forma
impresionante, no puede permitirse que surjan microestados nacionales que no
pueden pervivir por sí solos de una manera eficiente.
Las tendencias son muy
claras desde un planteamiento sociológico real. Además, la superación de
fronteras, el deseo de solidaridad y justicia atraviesan el sentido identitario
nacionalista y se concretan y expresan en ser ciudadanos del mundo.
El sentido tribal y de
clan de la existencia humana no debe ser impulsado por el nacionalismo político
como lo mejor para los seres humanos. Debemos ser racionales y aunque se valore
el folklore de cada región y cultura y se apoyen sus manifestaciones y
expresiones culturales y también las tradiciones, esto no supone que se deban
absolutizar y obligar a los demás a adoptarlas de formas, a veces, indirectas o
disimuladas. No se puede caer en el sectarismo
y en los movimientos nacionalistas esto está a la orden del día, desde
mi análisis.
El falseamiento de la
realidad histórica no puede ser permitido. Y esto se hace para justificar las
aspiraciones de independencia. No es serio y existe una comunidad de
historiadores que ponen las cosas en su sitio.
Los problemas sociales
causados por el nacionalismo político fanático son realmente muy considerables.
De hecho, han conducido a conflictos armados que han durado décadas en la
historia española reciente y no necesito ser más explícito para que todo el que
me escuche o me lea sepa a lo que me estoy refiriendo. La violencia, en sus
múltiples sentidos, no puede ser la forma en que se reafirmen ideas de independencia o de soberanía política mal
entendida.
Las rebeliones o
secesiones de territorios con sentimientos políticos nacionalistas no son algo
aceptable desde un análisis ético ni
desde un planteamiento político racional.
La formación de los
grandes Estados europeos a partir del siglo XV se produjo por alianzas
territoriales y por acuerdos políticos que agruparon pueblos que estaban
separados en reinos separados respecto al poder o la autoridad existente en los
mismos.
Por tanto, frente a
tendencias disgregadoras de la unidad nacional o estatal de cada país parece
que lo más racional o prudente es precisamente poner el énfasis en lo que une
para el fortalecimiento de los países.
El desprecio al
entramado legal de los Estados soberanos es una justificación engañosa y falsa
que pretende dar legitimidad al soberanismo independentista. Lo absurdo de estos
planteamientos no precisa de muchas argumentaciones.
Siguiendo este tipo de
falacias o falsos planteamientos cada pueblo o nacionalidad cultural podría
continuar subdividiéndose sin fin en entidades estatales independientes cada
vez más pequeñas. Todo dependería de la voluntad de grupos más o menos
numerosos de ciudadanos que podrían querer construir repúblicas minúsculas que
reflejen o reconozcan, de mejor manera, su cultura y sus intereses ideológicos
específicos y también la singularidad de
sus tradiciones.
El relativismo y el
subjetivismo más profundo están presentes, a mi juicio, en numerosas actitudes
y planteamientos de los movimientos políticos soberanistas o independentistas y
de las personas que los apoyan.
Resulta que casi todo
es relativo, salvo la declaración de independencia saltándose las leyes o el
derecho vigente y no solo el estatal sino también el internacional, poco resta
por decir.
Es, en realidad, el
subjetivismo más absoluto el que manda en las relaciones sociales y políticas.
Parece que todo depende de preferencias y deseos y que el atenerse al principio
de realidad queda en un tercer plano.
Y lo que es más grave
la voluntad de la mayoría, si no coincide con las tesis del nacionalismo
político exaltado, se omite u olvida o se declara que es inoperante e
equivocada o simplemente es objeto de manipulación interesada para disfrazar la
verdad de los datos y de la situación política real.
Parece que el
nacionalismo político fuera un poder absoluto al que debiera plegarse la
identidad nacional más amplia de la gran mayoría de la ciudadanía, como si
ambos nacionalismos fueran excluyentes y no complementarios.
No entender esto o no
querer aceptarlo o asumirlo es una de las raíces de los problemas que está
generando el nacionalismo que se ha convertido en un círculo vicioso, porque
está atrapado en contradicciones insuperables, con un modelo de pensamiento que
no responde a la realidad material y política existente.
Desde una perspectiva
política o desde la filosofía política se puede poner negro sobre blanco que
existe un solo camino para acabar con situaciones de paralización y lucha
absurda.
c
Puede haber ciudadanos
que con todo su derecho se sienten más identificados con la cultura nacional
española y el castellano que con la
lengua catalana y la señera, pero que respetan los rasgos de esta catalanidad que puede parecer más auténtica
para sus seguidores.
Y también existen
catalanes que aprecian por igual o se sienten identificados de la misma forma
con la cultura del catalán y con la del español. Existen grados en esta
cuestión de sentirse catalán y español, pero desde el respeto y la libertad
esto no debería suponer problema.
En cambio, lo que se
sabe que está ocurriendo en Cataluña desde un análisis sociológico y también
antropológico y psicológico es que se está produciendo un fenómeno negativo,
según los sociólogos, de división social en los ambientes familiares y grupales
por la cuestión del nacionalismo político o el secesionismo.
En este tipo de
cuestiones parece que las razones se dejan en un plano secundario y lo que
predomina son las consignas y las actitudes viscerales y fanáticas o, lo que es
lo mismo, sin atender a la verdad y a las argumentaciones correctas. Es como si
la fuerza fuera lo que da o quita la razón a las personas o a las ideas y esto
no es cierto en absoluto.
La fuerza de la razón
y de la argumentación es infinitamente más potente que la razón de la fuerza,
pero una parte de la ciudadanía catalana parece que no lo entiende de esta
manera y lo digo con todo el respeto, pero con firmeza.
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