Es positivo que se
reúnan muchos jefes de gobierno de todo el mundo. También lo es, sin duda, que altos ejecutivos de las
mil empresas más importantes del mundo estén presentes en Davos en el Foro
Económico Mundial.
Casi tres mil personas
para discutir y aportar ideas para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos
y promover el desarrollo sostenible del planeta. Son grandes retos en los que,
a mi juicio, nos estamos jugando mucho. Se diría que estamos apostando por la supervivencia
del mundo o de la naturaleza.
Reducir las
desigualdades sociales y económicas y garantizar unas condiciones de vida
dignas y adecuadas para los casi ocho
mil millones de habitantes del globo no es una tarea fácil ni sencilla, pero es
posible, si se aplicaran las políticas necesarias.
La globalización 4.0 o
si se quiere tecnológica es el presente
y el futuro de la Humanidad. Los diversos sectores que conforman la sociedad actual deben inspirarse en los
valores éticos de la justicia, la igualdad, la solidaridad, etcétera.
Las empresas públicas
tanto como las privadas deben responder ante los ciudadanos y la sociedad y no deben ser entidades desvinculadas de las
consecuencias que producen como resultado de su actividad.
En este tipo de foros
a nivel mundial se observa que lo esencial es la convergencia de esfuerzos en
unas mismas direcciones que beneficien a los ciudadanos y a la tierra. Y esto
es lo realmente difícil. Poner de acuerdo en objetivos sociales, económicos y
culturales a numerosas personas y países parece algo utópico, pero debe
intentarse.
Frente al caos del
escenario social y político mundial parece que debe imperar la cordura y las
argumentaciones racionales y profundas. Está claro que el coraje y la
perseverancia son potencias básicas para triunfar y lograr propósitos y
objetivos que pueden ser cuantificados.
Se entiende
perfectamente, por tanto, que una de las
múltiples actividades del Foro sea, por ejemplo, en el apartado de narradores
“El camino a la resiliencia”.
En relación con las
grandes preguntas a las que nos enfrentamos en la actualidad es evidente que se pueden plantear muchas.
Estoy convencido de que con un PIB mundial que se ha duplicado desde 1990 se
podría realizar una política económica mundial o internacional más justa y con
una mejor distribución de la riqueza en los distintos Estados.
Debería lograrse un
gobierno mundial, al menos, desde la perspectiva económica para reducir las
grandes desigualdades económicas. El cosmopolitismo es la expresión de la
ciudadanía global y es también la manifestación de que los derechos
individuales deben ser respetados en todos los países sin diferencias de ningún
tipo.
La inmigración es la
búsqueda de unas formas de vida aceptables y proporciona una regeneración
económica a las naciones con la población envejecida por la baja natalidad.
Indudablemente, la
mayor responsabilidad la tienen, en mi opinión, los líderes del mundo que son
los que realmente pueden cambiar la forma de hacer las cosas, porque son los
que marcan, fundamentalmente, las direcciones de la actividad empresarial y
productiva y también las decisiones
políticas.
En lo que respecta a
la cultura soy pesimista. Primero, porque en España, por ejemplo, el 40% de las
personas no leen libros. Es un dato estremecedor y que indica que no existe el
interés que había hace décadas hacia la cultura libresca.
Están cerrando
librerías, si están especializadas en libros de Ciencias Humanas y, en
ocasiones, aunque no lo estén. La cultura de la imagen o de lo visual es lo que
predomina sobre todo en las generaciones más jóvenes, pero también en los
adultos y los mayores.
Estamos asistiendo a
una transformación de modelo de sociedad. Y no todo tiene que ser rápido o
veloz. Lo virtual no debe sustituir a lo real o presencial pero puede
complementarlo.
En cambio, asistimos a
la infravaloración de la alta cultura que todavía sigue siendo disfrutada por
minorías en todo el mundo que la saben apreciar.
Las vivencias de la
realidad ya son cada vez más diferentes a las de hace decenios. La
omnipresencia de los móviles inteligentes ha cambiado las costumbres de una
manera considerable. Estamos en otro
mundo.
Pero las ventajas de
la revolución digital pueden ser empleadas en mejorar el mundo laboral, social
y también la calidad de vida de todos los ciudadanos. Poner un mínimo de orden en el inmenso caos del
mundo es una de las claves.
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