Fue un filósofo con un
temperamento combativo que construyó una utopía. Tomás Campanella nació en Italia en 1568 y murió en un convento de París en 1639. Aunque
entró en la orden dominica en 1582 no disfrutó de paz y tranquilidad. Su
actividad como escritor en una época dominada por el dogmatismo religioso más
cerrado y la Inquisición le valió persecuciones y condenaciones, por parte de
la orden a la que pertenecía. No existía verdadera libertad de expresión y todo
lo que se publicaba o decía estaba sometido al control de la Iglesia.
Escribió a lo largo de su vida numerosas
obras y una de ellas fue, precisamente, una defensa de Galileo.
Su libro más conocido,
citado y famoso es la Ciudad del Sol en el que plantea la creación de una
comunidad universal. Es un tratado político y teológico y que sigue la senda
abierta por la Utopía de Tomás Moro. Lo escribió en el año 1602 en prisión y
fue publicado en 1623 en Frankfurt. En esta obra utópica que es la Ciudad del
Sol aparece ya la formulación de un concepto de religión natural.
Campanella elabora la
estructura de un Estado ideal y perfecto gobernado por un príncipe sacerdote y
en el mismo todo está minuciosamente dispuesto y organizado por hombres de
ciencia. Existe comunidad de bienes y de mujeres, al igual que en el modelo de
Estado platónico, y se busca también la estabilidad y la justicia. Se puede
afirmar que es un Estado teocrático y que se apoya en principios comunitarios e
igualitarios. Incluso pensaba en ser el legislador y cabeza del mismo, algo que
parece excesivo desde la perspectiva actual. De todos modos, sus tratados
revelan una poderosa inteligencia.
Campanella proporcionó
fundamentación teórica a una especie de reforma religiosa con la finalidad de
reunir a todos los seres humanos en una
sola comunidad. Es entendible que lo pretendiera, si se piensa en la enorme
división política y religiosa existente en el primer tercio del siglo XVII y
también en la última parte del siglo XVI. La unidad política y religiosa fue
uno de sus grandes sueños y aspiraciones.
A lo largo de su
existencia Campanella pasó por muchas penalidades e infortunios. Por ejemplo,
pasó unos 27 años encarcelado. Para no ser condenado a muerte fingió que estaba
loco a pesar de las torturas a las que fue sometido de forma bárbara. Con esta
estrategia logró que se le cambiara la máxima pena por la cadena perpetua en 1602.
Campanella poseía un
espíritu indomable que solo venció la muerte. Es curioso que dispusiera de
fuerza y energía para desde su celda estando encarcelado lanzar
llamamientos a todos los reyes y
príncipes de la tierra. Buscaba la renovación del mundo por medio de una religión y de un Estado
universal.
En 1626 fue puesto en
libertad por el poder español. Se refugió en Francia en 1634 y, por fin,
alcanzó paz y sosiego con la protección del rey Luis XII que le concedió una
pensión. De este modo, pudo dedicarse a la publicación de sus obras hasta
su fallecimiento en 1639.
Sus escritos son una
muestra también de su interés por todas las ciencias de su época. Con su
erudición y con sus reflexiones críticas construye o elabora tratados que
influyen, considerablemente, en su propio periodo y también en siglos
posteriores.
Vivió, pensó, escribió
y habló en la etapa histórica de la Revolución científica. Las ideas que
revolucionaron la ciencia y el
conocimiento eran la manifestación de la libertad de investigación y de
pensamiento que son las bases de toda actividad científica y de todo saber o conocimiento.
Es verdad que en el
caso de Campanella perviven elementos mágicos y espiritualistas, pero sus
atrevidas especulaciones y sus planteamientos intelectuales fueron considerados
heréticos y peligrosos y no había razones para esta persecución de sus ideas.
El pesado manto de la Inquisición y la oscuridad y dogmatismo fanático de parte del estamento
eclesiástico de la época hicieron el
resto.
La intolerancia de
este periodo de la historia europea castigó dura e inmerecidamente a
Campanella. De todas formas, es evidente
que pensadores y científicos como él iniciaron un camino sin vuelta
atrás hacia nuevos modos de pensamiento. Afortunadamente, con el paso de los
siglos se fue suprimiendo la censura de lo que se publicaba, lo que contribuyó
a una mayor difusión de los saberes y de la información.
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