La difusión de
escritos, cuadros, fotos, películas y composiciones musicales es exponencial y
masiva. En efecto, los tiempos han cambiado respecto, por ejemplo, a lo que
sucedía en vida de Walter Benjamin. En su libro La obra de arte en la época de
su reproducción mecánica ya plantea aspectos que prefiguran lo que está
sucediendo actualmente. Aunque, como murió en 1940, no llegó a conocer el poder
de la televisión y la revolución de la
era digital que estamos viviendo.
De todas formas, su ensayo
sobre la obra de arte es uno de los mejores escritos de Estética del siglo XX.
Porque desde una perspectiva ideológica de izquierdas realiza finas
distinciones y matizaciones sobre el origen de la experiencia artística desde
sus inicios hasta su época. Afirma que “Por principio, la obra de arte siempre
ha sido reproducible”. Indudablemente, esto se pone de manifiesto y con gran
intensidad también en pleno siglo XXI.
La técnica es lo que,
a mi juicio, delimita y determina lo que se puede considerar una obra de arte
o, si se quiere, una creación artística. Desde mi planteamiento un artículo
escrito es una obra artística, porque supone escribir bien o correctamente y
puede gustar más o menos. Además, existen innumerables formas de escribir, lo
que demuestra que el arte de escribir lo es en toda regla.
Y esto se aplica a
toda actividad creativa, ya que presupone la combinación de palabras para
formar frases con sentido, de dibujos, formas, colores, sonidos, como es el
caso de la pintura, la escultura y la música. Esto también es aplicable al cine
y la fotografía y a otras artes.
La obra artística no
se valora por sus dimensiones o extensión, sino, fundamentalmente, por su
calidad. Aunque también es cierto que con la creación de numerosos productos
artísticos se crea una producción más relevante y que aporta a los lectores o a
los espectadores más cultura y satisfacción estética. Cientos o miles de
páginas escritas y publicadas conforman la obra de cada autor.
El filósofo Walter
Benjamin escribe que “Durante siglos, unos pocos escritores se las vieron con
miles de lectores”. No cabe duda de que con las nuevas tecnologías digitales de
comunicación las cosas han cambiado. Algo que ya anticipa Benjamin, de modo
sagaz, puesto que el rol de lector puede
dar paso a la actividad de escribir y publicar. Si bien, no todas las personas
deciden dedicarse a crear escritos y publicarlos. Ya que lo predominante es que
la mayor parte de la gente no tenga deseo de dedicarse a crear cultura en el
sentido tradicional o clásico y es algo perfectamente respetable y entendible.
Además, la noción de cultura entendida en su sentido más amplio abarca
numerosas actividades.
La idea de aura de las
cosas de la naturaleza o de la realidad es descrita por Benjamin en su obra:
“Contemplar en una tarde de verano el perfil de unas montañas o una rama que
arroja su sombra, significa, para el que la contempla, respirar el aura de esas
montañas, de esa rama.” Es la forma de ver y lo visto elevado a una
representación bella de lo real en todo su esplendor ante el que la contempla.
Es un momento fugaz pero eterno a su modo.
Lo que está claro es
que con Internet la visibilidad de lo creado puede ser masiva dependiendo de la
actividad del creador cultural y de los medios en los que exponga públicamente
sus creaciones. En relación con el arte puro me parece perfecto el
planteamiento de Benjamin que considera el arte puro como algo desvinculado
totalmente de la función social o de la crítica de la injusticia y que, por
tanto, no es lo apropiado. Además, la crítica social y la literatura y
filosofía se interesan por la realidad humana y la abordan desde innumerables
perspectivas. Y la labor interpretativa puede desvelar sentidos profundos en lo
que no aparece en la superficie de cada trabajo creativo.
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