En el libro de Iván
Vélez titulado Torquemada. El gran
inquisidor el autor trata con abundante documentación histórica el ambiente social y cultural que propició el
surgimiento del Santo Oficio. Como
indica Vélez «Todo parece indicar que el impulso inquisitorial fue más
vigoroso por parte del rey Fernando que por la de la reina Isabel». La crónica de hechos y
circunstancias es suficientemente minuciosa y matizada y da a conocer la
complejidad del tiempo en el que vivió fray Tomás de Torquemada.
En este sentido, el
autor pone en valor los conocimientos de la figura más importante de la
Inquisición y su actitud crítica y minuciosa en el establecimiento de
procedimientos de investigación en las causas o casos abiertos. Está en contra de una leyenda negra que
exagera el número de muertes durante varios siglos, por causa de los procesos
inquisitoriales.
Por supuesto, está
claro que la Inquisición no se tendría que haber creado por numerosas razones.
Esto es evidente desde la perspectiva actual. Incluso a finales del siglo XV
tendría que haber imperado el sentido común y una actitud no influida por
supersticiones y prejuicios.
También es preciso
entender que el contexto histórico y religioso era identificable, a mi juicio,
con el fanatismo. Se persiguió a los judaizantes y a los heréticos así como a
los que tenían supuestos tratos con las fuerzas del mal, con el demonio o
practicaban la magia. Se realizaron torturas, tratos vejatorios y se condenó a
la muerte a miles de personas a lo largo de varios siglos. Algo intolerable,
pero que ocurrió.
La Inquisición
medieval comenzó en 1184 en el sur de Francia con la finalidad de luchar contra la herejía de los
cátaros. En 1249 apareció la Inquisición
estatal en el reino de Aragón. La Inquisición española dura desde 1478 hasta
1834. El máximo de muertes a lo largo de la historia es de 3.000. Las torturas
que se empleaban, aunque no en todos los casos, eran la Garrucha, el Potro y
sobre todo el Tormento del agua en el que se ataba al condenado y se le metía
un paño por la boca hasta la garganta y se vertían jarras de agua para que
confesara. Esto se hacía, según la Iglesia católica solo en casos
excepcionales. De todos modos, era una
violencia terrible.
La lucha contra las
herejías no justificaba, en modo alguno, este tipo de prácticas. En estos
siglos hubo guerras religiosas que también causaron numerosas muertes y tratos crueles e inhumanos. El proceso a
Galileo y a otros pensadores y hombres de ciencia es otra muestra más de la
falta de libertad en el ámbito del
pensamiento y de la ciencia en la Europa de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII.
Giordano Bruno fue
quemado vivo en una plaza de Roma, en el año 1600, por su afirmación del
heliocentrismo y también por ir más
allá, ya que estaba convencido de que el Sol era simplemente una estrella y que
el universo debía contener una infinidad de mundos en los que vivían animales y
seres inteligentes. Todo esto suponía la negación del geocentrismo de
Aristóteles y también del fijismo de las especies.
Bruno fue un filósofo
que claramente desafió a la Inquisición de su tiempo. Los cargos puestos contra Bruno por la Inquisición
fueron: tener opiniones en el contra de la fe católica, opiniones contrarias al
dogma católico sobre la Trinidad y la divinidad de Jesús, etcétera. También se
le acusó falsamente diciendo que practicaba la brujería.
El Vaticano ya ha
pedido públicamente disculpas por estas condenas y por estos procesos. Eran
otros tiempos y la violencia y el fanatismo dominaban las mentes de muchas
personas y el poder en muchas
situaciones se ejercía de modo arbitrario y despótico, con terribles consecuencias.
Actualmente, las
prácticas inquisitoriales han pasado a
la historia, aunque es preciso que las leyes y las normas de los Estados
protejan los derechos de todos. En este orden de cosas, los derechos humanos
son una base sólida frente a cualquier extralimitación y para impedir los abusos de poder de
cualquier clase. Al menos, sobre el papel.
Porque, si se piensa
en lo que sucede en el mundo, queda mucha tarea por realizar en numerosos
aspectos, si consideramos la pervivencia de la pobreza y de los conflictos
armados que desangran a la humanidad.
El derecho a la vida
de todos parece que está en entredicho por causa del desorden político
existente en la mayoría de los países del planeta. No se debería escoger entre
salvar unas vidas u otras en los hospitales por
colapso absoluto en las UCI, por causa del coronavirus.
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