martes, 28 de julio de 2020

FELICIDAD




Séneca es un filósofo estoico nacido en Córdoba en el año 4 a. C.  y que falleció  en el 65 de nuestra era.  Recibió una esmerada educación y fue tutor y consejero de Nerón. Escribió  abundantes obras filosóficas y literarias y llegó a ser el ciudadano más rico de Roma.
La producción escrita de este sabio estoico ha tenido una gran influencia y repercusión  a lo largo de la historia. Considera que la virtud, la razón y la naturaleza deben orientar y dirigir la vida humana. No está de acuerdo con los planteamientos de Epicuro, aunque no desprecia la riqueza.
Está convencido de que la vida intelectual es lo mejor, si bien es consciente de que en su época la masa o la gente se deja llevar, casi de modo exclusivo, por actitudes materialistas sin más.
Escribe en su tratado Sobre la felicidad «Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa». Esta frase de este genio de la retórica es clarificadora, porque afirma que el arte y la cultura suelen ser patrimonio de minorías y no de mayorías  y que las buenas y racionales actitudes y conductas no suelen ser lo más habitual en su tiempo.
El filósofo hispanorromano  insiste en sus escritos en la necesidad de vivir racionalmente, ya que el arte de vivir no está subordinado a la simple imitación de lo que hacen la mayoría de los individuos. La virtud o la bondad y la reflexión es lo que se necesita para dirigir bien la existencia y también la prudencia, la resistencia y el coraje para afrontar las adversidades.
No tiene dudas acerca del gran valor de la razón ya que escribe: «Es feliz, por tanto, el que tiene un juicio recto».  En este sentido, Séneca de una manera acertada reitera el extraordinario valor de los buenos pensamientos y de las actitudes positivas y racionales para el logro de la serenidad de la mente y de una vida dichosa. Frente a los riesgos y peligros de la existencia que conoció  tan bien y de primera mano siempre se mantuvo firme.
Fue un personaje admirado, pero también padeció las envidias de una parte de las personas con las que trató. Gozó de  numerosas amistades, pero también tuvo que soportar la animadversión de  los ignorantes o de los intolerantes.
Conoció muy bien la naturaleza y las pasiones humanas. Dice Séneca «Asaltad, acometed; os venceré resistiendo». Bellísima frase llena de profunda sabiduría. Es prácticamente un lema estoico. Su doctrina estoica se asemeja en un cierto número de aspectos a algunos planteamientos cristianos básicos.  La religión cristiana también insiste en el valor de la resistencia o resiliencia como actitud adecuada ante la vida y sus dificultades, retos y complejidades.
Su rechazo al clima social general existente en la Roma que vivió se muestra en algunos pasajes de sus tratados morales. Realiza una crítica muy fuerte de las habladurías y la maledicencia y dice «Observáis las pupas ajenas, y estáis llenos de úlceras».  Es similar a la conocida frase de la Biblia relativa a una paja  en el ojo ajeno y una viga en el propio. Su negación de las burlas y de los desprecios es una evidente confirmación de su conocimiento de la naturaleza egoísta, malvada y violenta que aflora en la sociedad del imperio romano.
La felicidad, por tanto, depende de la razón o de la racionalidad, prudencia y moderación de las personas y también de su coraje para lograr metas y objetivos vitales. Siempre con una existencia acorde con la exigencias de la naturaleza, ya que somos animales racionales. 
En definitiva, la vida intelectual que proponía Aristóteles es parecida a la que también plantea Séneca.  Busca un equilibrio entre lo propio del intelecto y una vida en contacto con la naturaleza y con el disfrute de las pasiones y del arte de una manera que causa  felicidad.
Su crítica de los placeres se refiere a los excesos del hedonismo, ya que también Epicuro hablaba de los placeres moderados y necesarios para una vida agradable. Una de las virtudes que parecen más necesarias en la existencia es la paciencia  acompañada por la energía  y la fuerte voluntad.
La tranquilidad no debe ser destruida o disminuida por nada. Este es otro de los principios básicos del estoicismo, que tan bien supo ejercitar el propio Séneca que se suicidó antes de ser asesinado por las espadas de la guardia pretoriana del emperador Nerón.

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