El gran valor del
texto de la Constitución del 78. Sin el respeto a los valores éticos y
políticos de la Carta Magna España no puede seguir adelante con justicia y
progreso para todos los ciudadanos. Sin la Constitución no habría democracia.
En la solemne
conmemoración de los cuarenta años de la base de nuestro ordenamiento legal se
comprende perfectamente que Felipe VI diga en su discurso que «une a los españoles».
Porque, en efecto, así es.
No cabe duda de que el
diálogo, el respeto a las ideas de los demás, la tolerancia respecto a diversos
planteamientos políticos y una vida democrática sin exclusiones ni violencia
verbal o física conforman lo que se entiende como una convivencia democrática.
Todo esto se deriva
directamente de lo expresado por el Rey en su discurso en el Congreso. Y es que los valores éticos y los ideales son
los que dan forma a una sociedad solidaria y justa. Se ha superado también la
persecución política.
En relación con mi
propia reflexión acerca de la Constitución tengo las ideas muy claras. Se puede
reformar el texto, pero en cuestiones muy específicas. Los artículos son muy
garantistas respecto a los derechos individuales y sociales y está muy bien que así sea.
Que no seamos los
mismos que hace cuarenta años no justifica que haya que cambiar de cabo a rabo
o casi en su totalidad la Carta Magna.
Es verdad que España ha cambiado mucho desde el año 1978, pero esto no
significa que los problemas económicos y sociales existentes no sean similares
en cierto sentido.
En el fondo, sigue
existiendo una considerable desigualdad entre unas Comunidades Autónomas y
otras, por ejemplo, si se piensa en la renta per cápita y también en los
servicios sociales, asistenciales, sanitarios, de vivienda, etcétera. A pesar
de lo que dice el articulado de la ley de leyes y esto en pleno siglo XXI y
cuando ya han pasado cuatro décadas de la entrada en vigor de los principios
constitucionales.
La cuestión de la
unidad de la nación española es objeto de infinidad de polémicas, debates,
discusiones, artículos, libros, etcétera. No me parece que sea solucionable a corto o medio plazo, si el
fanatismo pretende superar a las
argumentaciones y al intento de diálogo racional.
Creo que cambiando o
reformando la Constitución podría lograrse un encaje federal o confederal o una
especie de España plurinacional o pluriestatal al estilo de Estados Unidos. Sin
perder la unidad nacional.
También serían buenas
las reformas para el logro de listas desbloqueadas de tal manera que los
electores puedan priorizar a unos candidatos sobre otros. El Senado debería
centrarse en asuntos relativos a las competencias autonómicas elaborando nuevas
normas o leyes sobre las mismas.
Acabar con los
aforamientos y los privilegios de los parlamentarios o políticos es otra tarea
pendiente. Y repensar la financiación autonómica no puede dejar de lado la
realización de análisis sobre la necesidad o no de las Comunidades Autónomas
para un auténtico Estado del Bienestar.
La construcción de un
Estado español cada vez más justo y solidario es lo principal. Y en este sentido la crispación individual o
social no es la mejor elección. Se precisa de actitudes que sumen y no de
enfrentamientos sociales propiciados por la intolerancia y la falta de respeto. El no
a la violencia no debe ser una mera frase. Es necesario que se plasme en
la realidad diaria de la convivencia
entre todos.
De otra manera no se
conseguirá la cohesión o unión real entre los ciudadanos de España. Todos
podemos convivir armoniosamente, aunque tengamos ideas y mentalidades
diferentes, ya que lo que deberíamos tener en común es la tolerancia, el respeto, la bondad y las buenas
intenciones. O, al menos, esto sería lo lógico.
Con tenacidad, coraje,
perseverancia y energía se puede conseguir casi todo. Este debe ser el camino
para la prosperidad de España y de los españoles. Sin luchas fratricidas, sin
conflictos violentos, sin desórdenes callejeros, sin violencia de ningún tipo.
Con diálogo, racionalidad y argumentaciones, sin actitudes exclusivamente
viscerales.
También es preciso el
desarrollo o la puesta en práctica de altos niveles de empatía hacia los demás.
Al final, lo que está ocurriendo es una crisis de civilización y de valores y
de esto no podemos responsabilizar a la Constitución del 78. No se trata tanto
de reformar el articulado como de cambiar
actitudes y conductas.
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