La cuestión de la
verdad ha ocupado desde hace miles de años a los filósofos. Podemos pensar en
la necesidad de conocer la verdad acerca de todo. El mismo Platón destacaba a la verdad, el
bien y la belleza como ideas fundamentales en su exposición del idealismo.
En general, en los
seres humanos existe un interés general por conocer la verdad de la realidad y
de las cosas que suceden, entre otras muchas cosas. El problema de la mentira y
de la falsedad está presente en la teoría del conocimiento y en la filosofía de
la ciencia, en relación también con los procedimientos de investigación
científica y en la comprobación de teorías.
Desde la perspectiva
ética también es decisiva la verdad, si se piensa en la ética kantiana y, en
general, desde un planteamiento moral universalista. En el ámbito judicial la
importancia de la verdad o de la veracidad es esencial en los procesos y en el
campo del derecho. En cualquier ciencia humana y social o natural y
experimental también se busca fundamentalmente conocimiento verdadero y fiable, aunque pueda ser revisado.
Otra cuestión
diferente es que, como decía Ortega y Gasset
en 1916, «la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de
que la especie menos frecuente sobre la Tierra
es la de los hombres veraces». Es cierto, porque no es
frecuente que suela interesar lo que son
las cosas mismas o la pura verdad, ya que están ocultas por los intereses y los
egoísmos individuales, que tratan de imponerse sobre lo verdadero y la
coherencia. La verdad de la cosa es la verdad ontológica.
Cuando existe
concordancia del juicio con su objeto se interpreta correctamente la verdad.
Para Russell lo verdadero es, en realidad, una concordancia entre la creencia y
el hecho. Puede buscarse lo cierto o verdadero desde un planteamiento
fenomenológico.
Por eso como escribe
Millán-Puelles «Así resulta que
el análisis fenomenológico de la extrañeza nos hace explícito algo que en ella
está implícito: su esencial relación con la verdad». Las relaciones entre la
verdad y el bien son básicas en el campo de la ética. La falsedad y el engaño forman parte de las
conductas negativas que, por desgracia, suceden en la realidad humana desde los
tiempos más remotos.
Cada vez es más necesaria la buena
intención y la pureza de conciencia, así como el respeto a los demás. En la sociedad actual está disminuyendo el
interés por la verdad y también lo dice Antonio Millán-Puelles. Ciertamente, el
hedonismo consumista, en el que se está
en la actualidad, infravalora el
aprecio de la verdad. Se entiende, por ejemplo, que los saberes filosóficos y
humanísticos no sean adecuadamente valorados en un contexto como el que existe
y eso es un grave error. Y esto ya sucede desde hace varias décadas. De hecho
varios pensadores lo han puesto de manifiesto de una manera inequívoca.
Pero en los últimos años se ha
incrementado la falta de una valoración alta del saber y del conocimiento. Porque el saber y la capacidad de argumentar
profundamente y de reflexionar son muy importantes para cualquier persona en el
desarrollo de su existencia.
Las verdades se expresan con el
lenguaje y se está asistiendo a un empobrecimiento del mismo, que está
potenciado por formas de vida que no se basan en los conceptos sino en las imágenes
y que se sustentan en un léxico limitado. Esto ya lo observaba el filósofo
Millán-Puelles cuando explica que se percibe un uso abusivo de una misma
palabra o giro para dar expresión a muy diferentes situaciones o ideas.
Con menor vocabulario, menor capacidad
comunicativa y expresiva y también menor cantidad y calidad de matices explicativos y
descriptivos se resienten el habla y la escritura. Evidentemente, la verdad y
falsedad son algo objetivo y determinable. Otra cuestión diferente es que se
confundan por motivos psicológicos.
La veracidad es decisiva en cualquier
tipo de disciplina o conocimiento y es un valor positivo desde la perspectiva
moral. La diferencia entre lo dudoso y lo cierto no puede ser obviada, porque
afectaría a lo que se conoce.
Por tanto, en el campo de la
epistemología es preciso que siempre se juzgue racional y coherentemente y que
se sepa utilizar el criterio de verdad, ya que existe un legítimo interés por
la verdad en la filosofía y en las demás ciencias o saberes. Para Kant la
veracidad es una exigencia ética, puesto que es el deber de no engañar.
(Artículo 1.089)